17 abril 2012

El negro espejo de la sociedad tecnológica

[Aviso: este artículo puede contener spoilers]

La tecnología cada vez gana más terreno, eso es innegable. Pero… ¿es tan favorable como parece o usada de manera irresponsable puede llegar a convertirse en un grave peligro para la sociedad tal como la conocemos?

Esa es la pregunta que parece hacernos Black Mirror, la miniserie de Charlie Brooker, controvertido creador de Dead Set y columnista en The Guardian. Los tres capítulos de la serie ahondan en los peligros del mal uso del progreso, en una sociedad cada vez más adormecida y dominada por los avances tecnológicos y las redes sociales, que representa las sociedades hipertecnológicas en las que nos empezamos a adentrar en la actualidad.

En el primer capítulo, soberbia creación de ritmo frenético y espinosa trama; el primer ministro de Reino Unido ve perturbada la tranquilidad de la noche en el 10 de Downing Street, cuando le llega una llamada. El mensaje está en la red, concretamente en YouTube. Todo el mundo puede verlo. Y el ultimátum es claro y no deja lugar a dudas: “La princesa Susannahh ha sido secuestrada. Para su liberación lo único que tendrá que hacer el primer ministro es tener relaciones sexuales televisadas en directo con un cerdo, antes de que acabe el día.”

El video corre como la pólvora en las redes sociales y a partir de entonces, toda Inglaterra permanecerá colgada del televisor esperando una noticia sobre la princesa y siguiendo el acontecimiento con morbo, asco y fervor al mismo tiempo.

Es tan verosímil como aterrador. ¿Podría pasar algo así? ¿Nuestra sociedad es tan morbosa como la pinta Brooker? El capítulo es una obra maestra y el giro final –que llega en los créditos de cierre- es digno de aplauso y nos deja mascando una importante duda: ¿vale todo en las sociedades de hoy en día?

Fotograma del primer capítulo: The National Anthem
El segundo capítulo es una feroz crítica a los programas de televisión tipo Factor X o You’ve got talent. La vida está ampliamente virtualizada y consiste en pedalear en una especie de gimnasio oscuro hasta llegar al número de pedales necesario para entrar a concursar en el programa estrella, que todos siguen magnetizados.

El individuo está permanentemente vigilado y bombardeado con publicidad, que no puede dejar de ver. Ni siquiera es libre de cerrar los ojos o dejar de mirar, de lo contrario será penalizado y se le restarán pedaladas en “la máquina”. Las referencias al Gran Hermano de George Orwell son evidentes e, incluso, agobiantes. Las relaciones humanas que dibuja Brooker en este capítulo son volátiles, no pasan de conversaciones banales y carentes de contenido. El Ojo hace a las personas así: fáciles de manejar, volubles a su mensaje y su publicidad, ansiosas de entrar en ese programa que resultará no ser lo que parece.

Alusiones claras a nuestra sociedad, llevada al extremo gracias a la programación insulsa y facilona que llena la parrilla. El Gran Hermano, que obviamente no se llama así en la serie, recuerda al control indirecto y suave al que nos someten las empresas –Google, por ejemplo- en la red, siempre elevado a la máxima potencia, eso sí.

Y si hablamos del gigante buscador y su nuevo proyecto, las gafas de realidad virtual que presentó en un vídeo promocional en la red, llegamos sin querer a la temática tratada en el último capítulo. El panorama que nos pinta el creador aquí es el de una sociedad tecnológica en la que los seres humanos tienen incorporados unos microchips de memoria en sus cabezas, que les permiten almacenar sus recuerdos para después reproducirlos en cualquier pantalla vía mando a distancia.

A través de la relación de una pareja, el autor nos ofrece una visión pesimista de la raza humana, basada en los celos y la desconfianza, en la que cualquier persona pierde media vida reproduciendo la otra mitad en la pantalla, ya sea para recordar algo o para echarle en cara un comportamiento a otra persona.

El ritmo del capítulo es, como toda la serie, desconcertante. Las paradojas y las referencias a la sociedad en que vivimos son constantes. El mensaje queda impreso en la retina de cualquiera: las tecnologías pueden ser nefastas si se las da un mal uso. Hay que ser consecuentes y honrar nuestra racionalidad en esta sociedad cada vez más vaga y rendida al aumento de las máquinas y las comodidades que acarrean.

Bien es cierto que la visión es exagerada, pero la realidad es que, si nos detenemos y leemos entre líneas, no estamos tan lejos del Londres que retrata en el primer episodio, o de la sociedad panóptica, en la que la vigilancia es constante, que retrata en los dos posteriores y que ya predijo el propio Orwell en su obra 1984escrita hace más de medio siglo, en 1949. Cualquiera de los supuestos que presenta la serie podrían llegar a ocurrir en un futuro; no sería descabellado pensarlo.

El nombre de Black Mirror lo dice todo. El espejo negro de las pantallas está ahí. Podemos llegar a vernos de una manera o de otra, según el uso responsable o no que hagamos de él. La duda está sobre la mesa cuando terminamos de ver la miniserie de Channel 4.

¿Puede llegar a ocurrir esto en nuestra sociedad? ¿Es la visión de Brooker una visión hiperbólica de algo que no es tan grande? Es pronto para decirlo, pero la verosimilitud es tal que asusta. El espejo negro de nuestra sociedad ha quedado destapado. Ya podemos ver reflejado en el cristal de la pantalla lo que podríamos llegar a ser en un futuro no muy remoto.


3 comentarios :

  1. No había visto el trailer, es también una verdadera joya!

    ResponderEliminar
  2. En serio que flipe, lo he visto 10 veces seguidas, es tan solo un trailer de un minuto y ya me parece mejor que la mayoría de películas y series mediocres que tanto abundan.

    ResponderEliminar
  3. Completamente de acuerdo. En cuanto a técnica y elementos narrativos de la propia serie, supera a la mayoría de la ficción española, para chasco... ;-)

    Un abrazo.

    ResponderEliminar