27 abril 2012

Abusar de "los mejores"

Portada de Babelia para el mejor libro de 2011
"Estamos ante la mejor novela del año". 

Cada año nos topamos con esta afirmación, o una similar, incontables veces. "La mejor novela de todos los tiempos", "la mejor película sobre el tema 'x'"... ¿Doce? ¿Quince? Sería muy difícil contar cuántas veces vemos esta expresión como gancho, en la cinta de las novelas más recientes o en los carteles de las películas de estreno en cines. 

El abuso de la expresión "los mejores" es bastante evidente, tanto que ya casi nos extraña que cada nueva obra que sale al mercado no sea anunciada bajo estos membretes. Si una exposición de Van Gogh no se anuncia como "la mejor retrospectiva del autor que se ha llevado a cabo" parece como si, a estas alturas, en pleno siglo XXI, no tuviese ningún valor

Sin embargo, ¿significa algo la expresión?

Lo cierto es que cada vez menos. La sobreexposición del ser humano a "lo mejor" es tal que ya ni siquiera nos sorprendemos, ni nos interesamos muchas veces, por algo que sea anunciado bajo esta característica. ¿Qué es lo mejor? ¿Quién tiene la potestad de decidirlo? ¿El marketing o la publicidad?

En los últimos meses he recibido varias novelas que -cómo no- se promocionaban de esta forma. La verdad es que me parecieron dos novelas de lo más normal. No eran malas, pero distaban mucho de ser las mejores que se habían escrito jamás. Sin embargo, supongo que alguien se sentiría atraído por ellas gracias a la frase en cuestión. 

Alguien que no supiera nada de nosotros y de repente se viese aquí por casualidad, podría llegar a concluir, al ver la abundancia de este tipo de mensajes, que nuestra sociedad pasa por su mejor momento cultural, cuando no hay nada más lejos de la realidad. No quiere decir que sea una de las peores épocas, ni siquiera tiene por qué ser mala; pero no tienen nada que envidiarle pasados como los de Orwell, de Hemingway o de Dickens, ni muchísimo menos. 

Javier Marías
Escribía Javier Marías un artículo hace unos meses, titulado 'Ojo, no tenemos otras', en el que alertaba del mal uso que hacemos de ciertas palabras en determinadas situaciones. Si abusamos del vocablo 'torturador' en cualquier situación y pierde su connotación, ¿qué pasará cuando verdaderamente nos enfrentemos ante un torturador? ¿Cómo lo referiremos? Eso es lo que viene a denunciar el escritor en su texto.

Me permito traer su interesante reflexión y aplicarla en este caso. Si cada año nos enfrentamos a, por lo menos, una decena de "mejores libros del año" o "mejores películas de todos los tiempos", ¿qué diremos cuando verdaderamente se escriba la nueva obra maestra de la Literatura que aún está por llegar?

23 abril 2012

El espejismo de los días del Libro

El 23 de abril de 1616 se daba un suceso extraño y, seguramente, único en la historia. En esa fecha fallecían tres personajes importantes para la Literatura: Inca Garcilaso de la Vega, Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare. Hecho insólito en el devenir de las letras universales. 

Es por ese motivo por el que se eligió esta fecha como Día del Libro. En la actualidad, cada 23 de abril, multitud de actos y ferias celebran esta conmemoración. Hoy, probablemente, es el día en el que los libreros vendan más. En el Día del Libro puedes preguntar a cualquiera si lee y la respuesta será afirmativa. Pero, ¿se corresponde el fervor del Día del Libro con lo que en realidad leemos?

Los resultados del Eurobarómetro de índices de lectura (2003) aseguraban que España, con un 39'6 %, se situaba a la cola de Europa, junto con Grecia (35'6 %) y Portugal (35,4 %) en cuanto a los hábitos de lectura. ¿Es un espejismo, por tanto, la compra de libros cada 23 de abril? Todo indica que sí.

España, tradicionalmente, ha sido siempre uno de los países en los que más se edita y menos se lee. Al contrario de otros países, en los que sucede lo contrario, como los escandinavos, que rozan el 70 % de lectores, o Alemania, con un índice del 50 %. En estos países se edita mucho menos, pero al contrario de lo que pasa aquí, se lee el doble. Esto desemboca en un sector editorial fuerte y de calidad, justo lo que echamos de menos en nuestro país. 

Por lo tanto, ya no vale comprar por comprar. ¿De qué nos sirve estar a la cabeza de la lista de compradores de libros si a la hora de la verdad no lo refrendamos estando también en el de lectura? Es importante leer. Además, si en estos tiempos en los que la economía no es, digamos, muy boyante, el libro es uno de los lujos de los que debemos privarnos, siempre quedan las bibliotecas públicas y gratuítas, al menos por el momento, siempre a disposición del lector.

Hoy quien no lee es porque no desea hacerlo. Y leer es una de las actividades más importantes, tanto para el individuo, como para la sociedad. Como dijo Miguel de Cervantes, recordado hoy, en una de sus grandes frases: "El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho."

Mientras tanto, feliz día del Libro. Y leed, por favor, leed.

20 abril 2012

La Literatura como protagonista

La meta-literatura sería, en definitiva, la literatura sobre literatura. La propia actividad literaria como elemento o personaje. En los últimos tiempos, no sé si por permanecer más atento o porque verdaderamente es así, he percibido un aumento de las obras en las que la literatura no es sólo el vehículo, si no también el objeto. 

Vila-Matas en su casa de Barcelona. Foto: Albert Gea
Siempre he escuchado que Vila-Matas es un escritor que se desenvuelve entre personajes literatos: un escritor para escritores, que se suele decir de él. Puede ser, no lo niego. Bartleby y compañía (Anagrama), Dublinesca (Seix Barral), son obras que tienen muy patente la figura del escritor. Hace poco leí su pequeña obra Perder teorías (Seix Barral), precisamente nacida de una digresión de su personaje en Dublinesca. Esta obra es una pequeña narración que tiene como fin, únicamente, la redacción de una teoría sobre la novela. Nada más. Pura meta-literatura. 

Sin embargo, no es la única obra en la que centraré este artículo. Son muchas las obras en las que la Literatura cobra un papel protagonista. Tenemos, en esta vertiente, al escritor Jesús Marchamalo, con sus dos últimos libros: Cortázar y los libros (Fórcola) y Donde se guardan los libros (Siruela). El primero no es más que un estudiado retrato del escritor vampiro a través de los libros que leía y las anotaciones que hacía en estos. Es, sin duda, una obra maravillosa e imprescindible, sobre todo si te gustan la Literatura y el autor argentino. Por su parte, el segundo libro se trata de una recopilación de artículos en los que el escritor acude a visitar las bibliotecas de otros escritores, tales como Mario Vargas Llosa, Luis Mateo Díez, Soledad Puértolas, Marías y Reverte o el propio Vila-Matas. Además de sus dos últimas publicaciones, el escritor ha publicado con anterioridad 39 escritores y medio, Las bibliotecas perdidas o Tocar los libros, del mismo corte y con gran éxito, incluso fuera de nuestras fronteras, o también novelas como La casa de palabras, también, como no podía ser de otra manera, con el lenguaje como tema central. Tal vez Marchamalo sea el escritor actual que mejor escriba sobre la Literatura

Jesús Marchamalo. Foto: Rtve.es

La editorial Impedimenta ha incorporado en su catálogo algunos títulos relacionados con la Literatura. Por ejemplo, Diccionario de literatura para esnobs (Fabrice Gaignault), que es una enciclopedia que engloba multitud de nombres de escritores, técnicas, clubs literarios o tertulias. Esta compilación no es otra cosa que un quién es quién literario con mucho sentido del humor, imprescindible para “los happy few amantes del namedropping, que se convertirá en un manual de obligada consulta”, según dice la contraportada de esta fabulosa obra. Otra de las meta-obras que Impedimenta dedica a los entresijos literarios es Trabajos forzados de Daria Galateria. Una exitosa recopilación de artículos sobre los otros trabajos de los grandes escritores. Un paseo por las profesiones ocultas de los literatos más reconocidos: Gorki, Bukowski, Orwell o Colette, entre otros. 

No son los únicos libros de lo que se englobarían en lo que a mí me gusta llamar género meta-literario. Recientemente, por poner algunos ejemplo más, el Premio Nobel turco Orhan Pamuk ha recopilado seis conferencias sobre el arte de la novela en su obra El novelista ingenuo y el sentimental. O Rosa Montero, que también nos cuenta sus vivencias con los libros en El amor de mi vida. Literatura sobre la Literatura. Está claro que es un tema atrayente y que a los escritores les llama bastante la atención. Si te interesa la Literatura es un tema muy atractivo también como lector. Y ningún amante de la Literatura puede evitar fabular sus propias teorías literarias.

17 abril 2012

El negro espejo de la sociedad tecnológica

[Aviso: este artículo puede contener spoilers]

La tecnología cada vez gana más terreno, eso es innegable. Pero… ¿es tan favorable como parece o usada de manera irresponsable puede llegar a convertirse en un grave peligro para la sociedad tal como la conocemos?

Esa es la pregunta que parece hacernos Black Mirror, la miniserie de Charlie Brooker, controvertido creador de Dead Set y columnista en The Guardian. Los tres capítulos de la serie ahondan en los peligros del mal uso del progreso, en una sociedad cada vez más adormecida y dominada por los avances tecnológicos y las redes sociales, que representa las sociedades hipertecnológicas en las que nos empezamos a adentrar en la actualidad.

En el primer capítulo, soberbia creación de ritmo frenético y espinosa trama; el primer ministro de Reino Unido ve perturbada la tranquilidad de la noche en el 10 de Downing Street, cuando le llega una llamada. El mensaje está en la red, concretamente en YouTube. Todo el mundo puede verlo. Y el ultimátum es claro y no deja lugar a dudas: “La princesa Susannahh ha sido secuestrada. Para su liberación lo único que tendrá que hacer el primer ministro es tener relaciones sexuales televisadas en directo con un cerdo, antes de que acabe el día.”

El video corre como la pólvora en las redes sociales y a partir de entonces, toda Inglaterra permanecerá colgada del televisor esperando una noticia sobre la princesa y siguiendo el acontecimiento con morbo, asco y fervor al mismo tiempo.

Es tan verosímil como aterrador. ¿Podría pasar algo así? ¿Nuestra sociedad es tan morbosa como la pinta Brooker? El capítulo es una obra maestra y el giro final –que llega en los créditos de cierre- es digno de aplauso y nos deja mascando una importante duda: ¿vale todo en las sociedades de hoy en día?

Fotograma del primer capítulo: The National Anthem
El segundo capítulo es una feroz crítica a los programas de televisión tipo Factor X o You’ve got talent. La vida está ampliamente virtualizada y consiste en pedalear en una especie de gimnasio oscuro hasta llegar al número de pedales necesario para entrar a concursar en el programa estrella, que todos siguen magnetizados.

El individuo está permanentemente vigilado y bombardeado con publicidad, que no puede dejar de ver. Ni siquiera es libre de cerrar los ojos o dejar de mirar, de lo contrario será penalizado y se le restarán pedaladas en “la máquina”. Las referencias al Gran Hermano de George Orwell son evidentes e, incluso, agobiantes. Las relaciones humanas que dibuja Brooker en este capítulo son volátiles, no pasan de conversaciones banales y carentes de contenido. El Ojo hace a las personas así: fáciles de manejar, volubles a su mensaje y su publicidad, ansiosas de entrar en ese programa que resultará no ser lo que parece.

Alusiones claras a nuestra sociedad, llevada al extremo gracias a la programación insulsa y facilona que llena la parrilla. El Gran Hermano, que obviamente no se llama así en la serie, recuerda al control indirecto y suave al que nos someten las empresas –Google, por ejemplo- en la red, siempre elevado a la máxima potencia, eso sí.

Y si hablamos del gigante buscador y su nuevo proyecto, las gafas de realidad virtual que presentó en un vídeo promocional en la red, llegamos sin querer a la temática tratada en el último capítulo. El panorama que nos pinta el creador aquí es el de una sociedad tecnológica en la que los seres humanos tienen incorporados unos microchips de memoria en sus cabezas, que les permiten almacenar sus recuerdos para después reproducirlos en cualquier pantalla vía mando a distancia.

A través de la relación de una pareja, el autor nos ofrece una visión pesimista de la raza humana, basada en los celos y la desconfianza, en la que cualquier persona pierde media vida reproduciendo la otra mitad en la pantalla, ya sea para recordar algo o para echarle en cara un comportamiento a otra persona.

El ritmo del capítulo es, como toda la serie, desconcertante. Las paradojas y las referencias a la sociedad en que vivimos son constantes. El mensaje queda impreso en la retina de cualquiera: las tecnologías pueden ser nefastas si se las da un mal uso. Hay que ser consecuentes y honrar nuestra racionalidad en esta sociedad cada vez más vaga y rendida al aumento de las máquinas y las comodidades que acarrean.

Bien es cierto que la visión es exagerada, pero la realidad es que, si nos detenemos y leemos entre líneas, no estamos tan lejos del Londres que retrata en el primer episodio, o de la sociedad panóptica, en la que la vigilancia es constante, que retrata en los dos posteriores y que ya predijo el propio Orwell en su obra 1984escrita hace más de medio siglo, en 1949. Cualquiera de los supuestos que presenta la serie podrían llegar a ocurrir en un futuro; no sería descabellado pensarlo.

El nombre de Black Mirror lo dice todo. El espejo negro de las pantallas está ahí. Podemos llegar a vernos de una manera o de otra, según el uso responsable o no que hagamos de él. La duda está sobre la mesa cuando terminamos de ver la miniserie de Channel 4.

¿Puede llegar a ocurrir esto en nuestra sociedad? ¿Es la visión de Brooker una visión hiperbólica de algo que no es tan grande? Es pronto para decirlo, pero la verosimilitud es tal que asusta. El espejo negro de nuestra sociedad ha quedado destapado. Ya podemos ver reflejado en el cristal de la pantalla lo que podríamos llegar a ser en un futuro no muy remoto.


12 abril 2012

Narrar mediante las viñetas

Se puede narrar una historia mediante (o apoyándonos) en los dibujos. Y el que no lo crea, o tenga alguna duda de ello, sólo tiene que ir a una librería y comprar alguna novela gráfica de Alfonso Zapico. Incluso, ahora que estamos en crisis, pedirla prestada en alguna biblioteca. 

Entré a la obra de Zapico a través de su Café Budapest, una delicada historia sobre un pianista judío y su madre, que emigran desde la capital húngara hasta la cuna de las religiones, huyendo de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial para terminar atrapados en el conflicto judío-palestino que desde mitad de siglo parece no tener fin. 

Página de Maus.
Antes de él, mi único contacto con la novela gráfica había sido mediante Persépolis (Marjane Satrapi), y no fue un contacto limpio, ya que antes había llegado a la película. Sin embargo, tras esa tarde en el Café Budapest, motivadas por el creciente y despertado interés, llegaron obras como Pyongyang (Guy Delisle), V de Vendetta, Palestina (Joe Sacco) o la excelsa y brillante Maus de Art Spiegelman

Mi idea cambió por completo. Antes pensaba que narrar se ceñía a escribir una historia mediante las palabras, no concebía otra manera. Mi desconocimiento era abrumador. Pero desde entonces, todos ellos cambiaron mi concepción. Descubrí una cosa que jamás imaginé: ¡se podía contar una historia con dibujos! Algo que siempre había dejado como en un segundo plano, como ya dije anteriormente, por mero desconocimiento. 

Ahora, nuevamente, Alfonso Zapico da otra prueba más de que la novela gráfica es una herramienta de narración como mínimo igual que la novela. Sus dos obras más recientes: Dublinés y La ruta Joyce dan fe de ello. El autor asturiano ofrece en ellas una visión de Joyce muy particular. Una biografía novelada, pero verificada y coherente con la vida del genio irlandés. Una forma de conocer al escritor alejada de las pesadas biografías academicistas y casi más voluminosas que el monstruoso Ulises, obra magna con la que Joyce terminó de ganarse su fama. 

Y lo hace con la novela gráfica, con su toque particular, sus dibujos de caras alargadas y sus diálogos alegres y vivos. Lógicamente los diálogos no son, en su mayoría, reproducciones. Es imposible saber lo que dijo Joyce cuando hablaba con Sylvia Beach en París o con Hemingway o Picasso. No obstante, son fieles falsificaciones de ellas, ya que guardan su esencia. No hay que olvidar que una de los métodos más eficaces de contar una verdad es haciéndola pasar por ficción. Y eso es lo que hace Zapico con su Dublinés

Detalle de la portada de Dublinés.
Por su parte, en La ruta Joyce lo que hace el autor es una guía de sus viajes a las ciudades en las que vivió Joyce. Dublín, Trieste, París y Zúrich, a las que Zapico tuvo que acudir para empaparse de la vida que llevó James Joyce y documentarse para su historia. Y nuevamente nos vuelve a contar una historia mediante sus viñetas ácidas e irónicas. 

Si no se han convencido de la posibilidad de narrar mediante la novela gráfica, vayan a la biblioteca y pregunten por Paco Roca, Art Spiegelman, Tomeu Pinya, Joe Sacco, Guy Delisle o el propio Alfonso Zapico. Ellos ya se encargarán después de redirigirles por el camino hacia otras firmas.

09 abril 2012

La autoría (o no) de Shakespeare

“To be, or not to be, — that is the question.-” 
Hamlet. Acto III. Escena I. 


¿Qué es más importante, el autor o la obra? ¿Prevalece más en el tiempo el uno o la otra? ¿Cambiaría algo si nos enterásemos de que el mayor escritor de todos los tiempos oculta un secreto sobre su identidad? La película Anonymous nos narra una de las posibles teorías que aseguran que Shakespeare sólo era una firma, tras la que se escondía un importante noble. Pero no es la única. 

Desde el siglo XIX existen teóricos literarios y escritores, Dickens, Twain o Nabokov entre otros, que han cuestionado la posibilidad de que un actor sin estudios y sin apenas conocimiento de la vida y las intrigas cortesanas pudiese haber escrito la obra de William Shakespeare. Por si fuera poco, a su muerte no quedó ningún manuscrito. Son varias las posibilidades que se barajan sobre este aspecto, hasta el momento cuatro, más concretamente.

La más conocida es la llamada conspiración Marlowe, en franca referencia al dramaturgo Christopher Marlowe. Según esta teoría, él es el autor que se habría escondido tras la firma de Shakespeare. Los partidarios de esta conspiración hablan de similitudes en las temáticas y su acompañamiento de poemas de corte clásico. Se dice que Shakespeare no tenía suficiente formación para haber llegado a tal dominio. El dato más importante para los marlovianos es la coincidencia del final y el inicio de sus obras. Marlowe muere en 1593, año en el que Shakespeare publica su primera obra. Los que ven tras Shakespeare al autor de Fausto aseguran que sólo fue un cambio de identidad, con el fin de evitar las persecuciones a las que se había empezado a ver sometido el dramaturgo, acusado de ateo y homosexual. Shakespeare, un actor, sólo habría puesto la firma a cambio de unas monedas. 

En la película Anonymous se narra la teoría de que el verdadero escritor de las obras que hoy atribuimos a Shakespeare fue Edward de Vere, conde de Oxford. Esta es la teoría más desarrollada. El motivo por el que de Vere se habría ocultado bajo un seudónimo es evidente. El conde de Oxford no anhelaba el reconocimiento ni el dinero. Se dice de él que era un escritor de raza, que sólo quería escribir por encima de cualquier cosa. Eso le llevo a morir arruinado. Ante la imposibilidad de firmar sus obras, cargadas de matices y secretos de la Corona, de la que había sido expulsado por mantener una relación con la reina Isabel, recurrió a Shakespeare. En su afán por evitar que se revelase su secreto, se dice que, incluso, llegó a asesinar al mismísimo Christopher Marlowe.


La más rocambolesca de las hipótesis habla de Sir Francis Bacon. La teoría ‘baconiana’ afirma que el nombre de Shakespeare es un seudónimo con claves masónicas. Las coincidencias están fundamentadas, sobre todo, en que ambos nombres poseen treinta y tres letras, un número clave para la masonería, en el interés de Bacon por los asuntos tratados en la obra y en la evidente necesidad de ocultación que le habría llevado a utilizar un nombre alternativo para publicar sus obras. Para los baconianos, William Shakespeare no habría sido más que un actor accionista del Globe Theatre.

Existe también la versión que sí reconoce las obras a William Shakespeare, lejos de intrigas y conspiración, incluida aquí la interpretación académica, que sí confía en la imaginación del autor para crear todo su universo. Su padre, John Shakespeare, alcalde de Stratford y promotor de empresas de teatro ambulante, habría sido quien le habría inculcado su vena actoral. La capacidad narrativa la habría adquirido gracias al tiempo que habría pasado ensayando y a sus lecturas, y a codearse con personajes de la talla del propio Marlowe, Ben Jonson, su mejor amigo y principal defensor, o Spenser. Una de las evidencias de su autoría podría ser, según los stratfordianos, como se conoce a sus defensores, la similitud entre Hamlet y Hamnet, su hijo fallecido prematuramente, que habría inspirado la tragedia.

No obstante, una vez explicadas las posibles teorías, surge una pregunta. ¿De verdad importa si Shakespeare fue o no otra persona? ¿Es relevante para su obra? ¿Perdería valor el legado de la literatura británica si alguna de estas conspiraciones se convirtiese en cierta?

La obra de Shakespeare es inmensa, tanto en tamaño como en cualidades y atributos literarios. Independientemente de si la firma de William Shakespeare esconde otro autor, los Hamlet, Romeo y Julieta, Macbeth, Julio César o Ricardo III son de una calidad incontestable. Si el autor conocía o no las intrigas palaciegas, o si su escasa formación le impedía escribir de tal manera debe ser lo de menos. El legado existe y es incuestionable. Como lo es la Literatura. “Ser o no ser” vuelve a ser ahora la cuestión, pero quizás, a estas alturas en las que ningún pleito serviría a las partes, sea lo menos trascendental de todo lo que esconde el universo shakesperiano.

Lo importante para nosotros es admirar la obra, por encima de la marca, del autor, de la firma. Saber leer lo que esconden las palabras antes de especular con lo que ocultan las firmas. Disfrutar, en definitiva, de uno de los legados más importantes de la cultura y no perdernos en polémicas que, medio siglo después, importan ya poco o nada. 

Al final, como escribió el propio Shakespeare (sea quien sea la mano que escribe): “El mundo entero es un teatro”[i]



[i] Como gustéis, 2.º acto, escena VII.

04 abril 2012

La 'muerte' de Damien Hirst

Damien Hirst está en el ojo del huracán en los últimos días. El artista británico ha sucumbido ante la Tate Modern, a la cual despreció en sus inicios diciendo que era el lugar "donde exponían los muertos". Hoy inaugura una retrospectiva que se convertirá en la exposición más visitada en el año de los juegos olímpicos londinenses. 

Tanto la Tate Modern como el artista han justificado este giro. En la presentación que tuvo lugar el lunes, el enfant terrible del panorama artístico británico se justificó. "Creo que lo había estado evitando porque de alguna manera me intimidaba", dijo en su rueda de prensa. Por su parte, la comisaria de la exposición, Ann Gallagher justificó la retrospectiva con la siguiente frase: "Todos crecemos y maduramos, y él es ahora un artista de mediana edad que se ríe de los comentarios que hizo en su juventud".

Sin embargo, ¿qué hay detrás de todo esto? 

A ojos de muchos esta retrospectiva no es más que una maniobra de simbiosis entre la galería y el artista. Una maniobra comercial que dará contantes beneficios a ambas partes. Hirst ganará notoriedad con su inclusión en la Tate, justo en el momento en el que su cotización se encuentra más baja y sus ventas estancadas. Y la Tate, por su parte, se asegura el top de visitantes de la temporada justo en el año en el que los juegos olímpicos recalan en la City. ¿Simple coincidencia o maniobra estudiada?

Sin embargo, para otros muchos, esta retrospectiva no es otra cosa que la muestra de madurez del enfant terrible, que ya no es tal, y su consagración mundial como artista ortodoxo, alejado del joven rebelde que surgió en los años 90. Esta muestra es la primera oportunidad de ver si la obra de Hirst se sustenta por si misma, alejada de provocaciones, subastas y las clásicas polémicas que suelen envolver al autor. Por si fuese poco, el creador de Bristol ha anunciado que el próximo 2014 quiere abrir su propia galería en Londres. 

La Tate albergará hasta el 9 de septiembre, dentro del London Festival 2012 (la olimpiada cultural paralela a los JJOO), la polémica obra de Hirst, entre la que figuran "el tiburón en formol" ('La imposibilidad dísica de la muerte en la mente de un ser vivo', 1991), la vitrina llena de pastillas 'Canción de cuna', que simboliza la vida y sus dolencias y la famosa calavera cubierta de alrededor de 9000 diamantes ('Por el amor de Dios', 2007), la obra de arte más costosa de la historia, que como toda su carrera también explora el tema de la muerte.

El artista y su famosa calavera. Fuente: hartisimo.blogspot.com.es
Por si fuese poco, la exposición ha llegado justo en el momento en el que uno de los mayores detractores del artista y del arte conceptual, Julian Spalding, ha asegurado que nos encontramos en el mejor momento para vender obras de Hirst. El autor del ensayo Con Art. Por qué tiene que vender su Damien Hirst mientras pueda asegura que, dentro de poco tiempo, el controvertido artista ya no tendrá ningún valor financiero. 

Todas las piezas de este reciente puzzle parecen haber encajado a la perfección. El reloj parece listo y engranado para echar a andar. Las máquinas registradoras ya están preparadas y el círculo artístico deseoso de ver los primeros resultados. Está claro que cuando hablamos de negocio, los principios rebeldes pueden quedar a un lado. Damien Hirst ya está en la misma Tate en la que dijo que nunca expondría. Los motivos son distintos según quien los exponga. Y nadie conoce con certeza los reales. Sólo el final del verano marcará cuáles han sido los resultados de la retrospectiva para ambas partes, y bajo qué forma resucita el artista, pero mientras tanto, atendiendo a las palabras que pronunció años atrás, podemos asegurarlo:

Damien Hirst ha muerto. 

El tiburón en formol de Hirst. Fuente: elperiodico.com

Fuentes:


02 abril 2012

Tabucchi

Yo, como Antonio Tabucchi, también me enamoré de Portugal. 

El sábado me enteraba de su fallecimiento. Estaba en Londres y, por un momento, la saudade de su Réquiem inundó la capital británica. Antonio Tabucchi era, para mí, el escritor que había imaginado la preciosa historia del hombre que acude a Lisboa en busca del fantasma de Pessoa, que yo había visto en la película de Alain Tanner. Aún no había leído la novela, pese a tenerla en mi estantería desde hacía tiempo. 

Hoy, por fin, la he leído, casi de un tirón. Réquiem es una de las historias sobre la memoria y el pasado más bonitas que he leído (ahora ya sí) o visto en ninguna película. Pessoa, el verano, los recuerdos, el amor, Lisboa... todos estos elementos son el centro de la novela. Sus páginas, sin ninguna duda, embaucan. 

Reconozco que no he leído nada más del autor. Ni siquiera lo leí antes de que marchara con su querido poeta. Sin embargo, es uno de esos autores a los que les tengo cariño sin apenas contacto previo. Quizá tenga que ver con su amor por Lisboa (y Portugal), que tal vez compartamos, o por las largas conversaciones que he mantenido, en las que me han hablado de Sostiene Pereira o, más recientemente, de El tiempo envejece deprisa. 

"Escribir es una manera de estar contra la muerte", decía el escritor italiano en 1997. Hoy el novelista me ha legado una gran historia.

Réquiem. 

Foto: Dominic Umber

Antonio Tabucchi (1943 - 2012)