28 marzo 2014

'Upstream Color', la fascinante belleza del daño

Nueve años después de Primer, Shane Carruth vuelve a convertirse en el hombre orquesta para firmar su nueva película Upstream Color. El director es además el guionista, el compositor, el director de fotografía e incluso el actor principal, lo que convierte a la obra en una película robusta y compacta en todos sus aspectos. La música acompaña a la imagen como si fuera parte indivisible de esta, la fotografía e iluminación parecen parte intrínseca del guión, y así ocurre con todos los elementos narrativos.

Esta vez Carruth se sirve de una pareja que en el pasado ha sufrido la inoculación de un parásito que complica su existencia incluso tiempo después. La metáfora es fantástica. El microorganismo, el pasado e incluso la ausencia de memoria de los dos sobre ese cruel azar son utilizados como vía para hablar de temas inherentes por completo a la condición humana como la incomunicación, la soledad, el sentimiento de culpa o la incapacidad para relacionarse del ser humano, ocasionados por el ciclo vital del parásito.


A través de primeros planos del rostro de los personajes, sobre todo de una Amy Seimetz que está fantástica en su papel, el cineasta se adentra en una persecución constante de las emociones que acaba trasladando tanto a sus imágenes como al universo fascinante y personal con el que las rodea. En Upstream Color hay reminiscencias de Charlie Brooker, por momentos se vienen a la cabeza las tonalidades y la disposición dramática de Black Mirror, pero también de Spike Jonze, en la representación de las relaciones humanas, y Terrence Malick, al que nos recuerda, sobre todo, por el fantástico uso de la música a lo largo de todo el metraje.

Por si fuera poco, Carruth deja caer referencias sobre la relación que mantienen el hombre y la naturaleza –fantástico el guiño a Walden, la obra de Thoreau, que colea durante toda la película–. El director se deja llevar constantemente por la poesía de sus imágenes, a las que escolta una fotografía ligeramente sobrexpuesta que, en ocasiones, es rota por contraluces muy agresivos que parecen querer recordar la oscuridad de los personajes centrales. Con este juego de luces, el director parece querer contraponer la oscuridad del pasado que asola a los personajes con la ilusoria claridad que les aporta su nueva relación, en la que los dos buscan cobijo ante esa angustia. Por otra parte, la descontextualización temporal de la historia aporta, además, un desconcierto que ayuda a que el espectador entre en ese mundo, a veces onírico, a veces demasiado crudo, sin necesidad de hacerse demasiadas preguntas irrelevantes para el propósito del film.

Upstream Color es una hipnótica pieza de cine experimental, que confirma a Shane Carruth como un nombre a tener muy en cuenta en el cine independiente y descubre a una actriz, Amy Seimetz, que cautiva con los pliegues de su interpretación. Una película expresamente sensorial –el que no disfrute con las imágenes, se enamorará del trabajo actoral, otros quedarán embelesados por el fondo musical, algunos por la fotografía fija– que guarda en su interior multitud de alegorías, símbolos y relecturas. Las imágenes que encierra la película dejan un sabor de boca que se degusta aun después del fin de la cinta. La película de Carruth cobra vida mucho más allá de la pantalla, se reflexiona, se piensa y se madura, haciendo extensible la metáfora del parásito hasta el espectador, que continuará pensando en ella mucho después de haber abandonado la sala.


Ficha técnica
Título original: Upstream Color. Dirección: Shane Carruth. Guión: Shane Carruth. Fotografía: Shane Carruth. Música: Shane Carruth. Interpretación: Amy Seimetz, Shane Carruth, Andrew Sensenig, Thiago Martins, Juli Erickson, Ted Ferguson, Frank Mosley, Charles Reynolds, Kerry McCormick, Karen Jagger, Jack Watkins, Jeff Fenter, Cody Pottkotter. País: Estados Unidos. Estreno: 28 de marzo de 2014. Distribución: Good Films. Duración: 96 minutos. Género: Drama.

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