Todas las batallas están representadas en Cuando todo está perdido desde el primer minuto de la película. Siempre hay dos elementos que se enfrentan: el hombre y sus miedos, el hombre y la naturaleza, la pericia y la tecnología. En la batalla que mantiene “our man”, así aparece en los créditos y en la película nunca se conoce su nombre, tienen cabida todas las luchas, internas y externas, del ser humano.
Con reminiscencias vagas a Hemingway, Robert Redford se embarca en una historia de soledad y aceptación del sino. El actor, única viga en la que se sostiene la película, se convierte en una suerte de Ulises que lucha contra viento y marea, nunca mejor dicho, por salvar primero su embarcación y posteriormente su vida.
No hay sentimentalismos, no hay rezos, no hay cabida para artificios; por no haber, ni siquiera existen diálogos. El espectador se sitúa ante un personaje que está solo, en mitad del mar, en un barco que ha sido golpeado y averiado por completo por un contenedor que, se intuye, se ha desprendido de un carguero. No se sabe nada más de él, porque además no es relevante para la historia: por qué está sólo en el mar, de dónde viene, dónde está su familia… Son preguntas que el espectador puede llegar a plantearse, pero en seguida las descartará ya que no aportan nada a la película. Por si fuera poco, el personaje habla sólo en contadas ocasiones y no dice nada de relevancia. No podía ser de otra forma en medio de la nada. Esta manera de narrar la historia sumerge al espectador por completo en ella, es un acompañante silencioso de Redford –los movimientos de cámara de Chandor ayudan–. El miedo al vacío que se intuye en otras películas sobre odiseas es solventado por Chandor de la mejor forma posible: con el traslado de la realidad, sin adornos, a la pantalla.
El guión es un artilugio sobrio, pero por momentos deja escapar destellos de lucidez. La película sufre giros que llegan de golpe, que sorprenden tanto al personaje como al espectador –mérito también del montaje–, que tan pronto están sumergidos en la inundación del barco, como debajo de una tormenta, como navegando sobre un banco de peces… El personaje interpretado por Redford sortea los obstáculos con una sorprendente integridad, incluso con parsimonia; es un hombre que ha aceptado su destino, lo sabemos desde que en los primeros instantes de la cinta asistimos a la lectura, con voz en off, de una carta que suena a despedida. Y en esa aceptación del destino está la más intensa lucha, ya que a partir de ese momento nada puede ir a peor.
La música de Alex Ebert acompaña al personaje como si fuera una criatura del mar, aparentemente invisible, pero siempre cercana al barco. El uso musical es uno de los puntos fuertes del film, y una de las claves que lo diferencian de otras películas de naturaleza similar. En Cuando todo está perdido también hay sitio para los momentos de silencio. En mitad del mar, cuando estás solo, la realidad es que no hay música que alivie la inmensidad muda que envuelve al personaje. Los silencios, los efectos musicales y la banda sonora son utilizados con mucha, y loable, intencionalidad y aportan soporte e, incluso, ayudan al espectador a conectar con el personaje. Pero nunca desprestigian el silencio.
Redford completa una interpretación con la que se carga el peso de la película a la espalda. Nunca vemos ninguna otra cara. Las facciones del intérprete se convierten en el mapa de navegación de sus propios pensamientos. Cuando todo está perdido es, ante todo, la historia de un hombre que lucha solo contra la furia del mar para que alguien le encuentre y termine con su odisea. Pero no será tan fácil. Ya lo escribió Pessoa, el mar está lleno de “barcos que se cruzan en la noche, y ni se saludan ni conocen”.
Ficha técnica
Título original: All
is lost. Dirección: J. C. Chandor. Guión: J. C. Chandor. Fotografía: Frank G. DeMarco. Música: Alex Ebert. Interpretación: Robert Redford. País: Estados Unidos. Estreno: 14 de febrero de 2014. Distribución: Universal Pictures. Duración: 106 minutos. Género: Drama, aventura.
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