29 noviembre 2014

'Rastros de sándalo', las búsquedas del amor

Crítica publicada en Esencia Cine


Normalmente cada ciudad alberga, al menos, dos distintas. Sobre todo si hablamos de un enclave turístico; tendremos en un polo todo aquello que hay que ver y que casi siempre permanece atestado de gente que inunda de flashes cada instante, mientras que en el otro extremo quedará lo que podríamos denominar ciudad mater, es decir, la ciudad de verdad, la que permanece algo más alejada de los focos. Siempre pasa. No es lo mismo caminar por la Rambla de Catalunya que hacerlo por la del Raval, aunque con los años se han ido asemejando cada vez más. 

En Rastros de sándalo María Ripoll deambula por las dos Barcelonas, además de por la ciudad de Mumbai en La India durante algunos tramos. La historia que albergan esas “tres” ciudades no es otra que la de dos hermanas separadas treinta años atrás en la ciudad asiática. Ahora, Mina, la mayor, es una actriz famosa que descubre que su hermana pequeña Sita fue adoptada por una familia burguesa de Barcelona y se ha convertido en bióloga. Enseguida comenzará una búsqueda tan retrospectiva como introspectiva que la llevará hasta España para encontrarse con el pasado en forma de presente.


La directora propone, para comenzar, un brillante juego de meta-cine –sin duda lo mejor y más atractivo del film– en el que una película dentro de la propia película adentra al espectador en la historia de las dos hermanas. Como un juego de matrioskas. Sorprende gratamente el cambio en la dirección y la estética de una y otra, así como la elegantísima transición de la “ficción” a la “realidad”. Ripoll salta de una dirección vibrante e incluso mareante a una dinámica de planos más fijos y sosegados. 

Sin embargo, un montaje algo brusco, que se hace notar durante todo el film y puede llegar a sacar de la historia, traslada la acción de Mumbai a Barcelona gracias a una ruda elipsis geotemporal. Entonces comienza una búsqueda casi desesperada con los obstáculos clásicos (negación, aceptación paulatina, total entrega…). Finalmente Paula empezará a sentir interés por la que acaba de descubrir como su hermana y comenzará a conocerla a través de sus películas, lo que lleva a la película a abrir una nueva vía narrativa basada en la relación de ella con el dependiente indio de un videoclub del Raval. La relación entre ambos servirá como percha para introducir el choque cultural –con un cierre docuficcional sobre Bollywood– y aportar un drama sentimental a la historia –cita a Ghost, inclusive.

Rastros de sándalo alterna constantemente los espacios. El film de Ripoll funciona mucho mejor cuanto más se acerca a esa Barcelona del Raval, pero planea sobre ella una necesidad constante de mostrar todos y cada uno de los emplazamientos turísticos de la Barcelona de postal que fagocita varios aspectos de la narración y lleva a perder algo de interés en la propuesta. Se puede hablar de que, igual que cada ciudad alberga en su interior dos, Rastres de sàndal contiene dos filmes en su metraje: una historia de búsquedas y encuentros fraternales, por un lado, y una historia de amor, por el otro, ambas, eso sí, con el choque cultural como telón de fondo.

28 noviembre 2014

'Adiós al lenguaje', epílogo fundamentalmente "godardiano"

Crítica publicada en Esencia Cine


Tal vez la estridencia sonora, en forma de golpes, música machacona, disonancias y repeticiones, podría ser la columna vertebral de Adiós al lenguaje, más allá de la relación que se intuye sobre la superficie entre los dos protagonistas. Sin embargo, ese pilar básico también podría ser, otra vez más, la experimentación característica de Jean-Luc Godard, sin duda uno de sus sellos más personales a lo largo de su amplia carrera. 

Los saltos de eje, la aparente ausencia de un guión elaborado, la interposición de la historia principal con los planos del perro que vaga por el campo, así como la multitud de referencias a todo tipo de artes –muchas, incluso, a su propia obra–, rememoran todo el cine anterior del director francés, que a sus 84 años firma este Adieu au langage.


Escribía Luis Martínez en el diario El Mundo, a propósito de la proyección y el Premio del Jurado que recibió Godard en Cannes, que Adiós al lenguaje “es un manual de instrucciones para entenderlo [al autor]”. Lo cierto es que a lo largo de su metraje se intuyen varias de las ideas y de los tics del cineasta, tanto en su pasado más lejano como en el más próximo en el tiempo. Se pueden atisbar similitudes entre esta y muchas de sus películas (Al final de la escapada, los saltos de eje; Pierrot el loco, el montaje caótico y las maraña de referencias; Alphaville, las disonancias sonora; entre otras).

Adiós al lenguaje se puede interpretar, por tanto, como una especie de despedida cinematográfica del auteur. Un testamento que aglutina todo el universo del cineasta en poco más de una hora y que vuelve a tener en el montaje su herramienta más preciada. Ese ha sido siempre el centro creativo de Godard: el montaje. El director siempre optó por significar las imágenes mediante el enfrentamiento de unas con otras. En esta última película no se echa atrás y el montaje vuelve a convertirse en su mayor arma para la libertad creativa, permitiéndole la inclusión de varias citas de autores, de varias intersecciones y la creación del puzzle de imágenes al que nos acostumbra.

Por último, la experimentación más libre, otro de los sellos distintivos de Jean-Luc Godard, se hace patente en multitud de imágenes, cambios de patrón de color, inversión del espectro. En definitiva, todos los elementos cinematográficos que dispone Godard proponen un atractivo recreo visual que toma su máxima forma en un conjunto de planos y juegos de cámara a doble exposición muy interesantes. Por no hablar de las tres dimensiones en las que se rodó el film, que invitan a pensar –por desgracia en España sólo se verá en 2D– que en esa inclusión tecnológica radicaba el más grande de los experimentos fílmicos de un director que rejuvenece y se muestra más “crío” con cada año que cumple, más travieso con cada película que filma.

21 noviembre 2014

'Jimmy's Hall', entre el melodrama y la confrontación

Crítica publicada en Esencia Cine


Dos años después de la Guerra de independencia irlandesa, que se libró entre 1919 y 1921, se firmó el Tratado anglo-irlandés, por el cual se reconocía la soberanía de Irlanda, que sería libre, pero formaría parte de la Commonwealth británica. Es decir, que seguiría considerada como un dominio británico pese a la concesión de su independencia. La aceptación del tratado por parte del Sinn Féin, el principal partido irlandés, originó otra contienda, que se libraría entre 1922 y 1923, entre los partidarios del tratado y los que no aceptaban formar parte de la Commonwealth. 

Cuando estalló la primera guerra, James Gralton volvió para luchar desde su exilio en Estados Unidos, donde residía desde 1909. Y diez años más tarde del final de la segunda, en 1932, volvió a hacerlo para ver a su madre por última vez. Esta segunda visita es la que inspiró al cineasta Ken Loach, que la trasladó a la gran pantalla para filmar su última película, Jimmy’s Hall.

La llegada de Gralton reaviva las llamas pasadas en el pueblo. El amor velado que dejó en un pasado vuelve a arder de forma latente; las enemistades que quedaron atrás se sitúan en primera línea otra vez, etc. Todo se acentúa cuando el activista comunista decide montar un salón de baile en el que los habitantes del pueblo puedan recrearse de la situación de crisis que se vive. La prohibición por parte de las autoridades del salón de baile servirá a Loach para esconder su evidente crítica política bajo una piel de aspecto cultural.


Casi cualquier historia que se circunscriba a un periodo de crisis puede reflejarse en la actualidad, y Jimmy’s Hall también lo hace en determinadas ocasiones. Sin embargo, la clara tendencia a cargar las tintas de su director (patente aquí en la extrema contraposición y el maniqueísmo; se observa en el enfrentamiento entre el cura –la iglesia inquisidora– y el propio Gralton: casi el bien y el mal para Loach) y la incapacidad de emocionar pese a rozar el melodrama en varios momentos, impiden la identificación con los protagonistas.

Jimmy’s Hall tiene fuerza, Loach narra una historia humana, política y con ciertas aristas, pero ese choque de contrarios es tan evidente y arraiga en una necesidad de significarse tal, que la película acaba por perder sutilidad, elegancia e incluso algo del potencial que podría haber dispuesto sobre la mesa. Pese a todo, el nuevo film del director británico consigue una gran factura y momentos en los que la narración más personal se distancia del primer foco político. Y en esos momentos la historia brilla más y coge aire. Aunque, por lo general, en seguida vuelve a ser ahogada en un mar de reproches político-históricos para quedar circunscrita en un terreno que se podría denominar como melodrama político.

'Born', el pictoricismo bélico

Crítica publicada en Esencia Cine


El barrio del Bornet quedó totalmente arrasado al término del sitio de Barcelona, cuando los defensores de la ciudad se rindieron a Felipe V, el 11 de septiembre de 1714 (día en que la Diada conmemora este hecho desde entonces). El director Claudio Zulian se adentra en Born en ese pantanoso terreno para narrar la historia de tres personajes que vivieron ese momento en el Born. Para ello, adapta o reinterpreta la novela La ciutat del Born de Albert Garcia Espuche.

Con un guión estructurado en tres actos, correspondientes a los tres personajes principales: el calderero Bonnaventura, partidario del ejército catalán, su hermana Marianna, y su amante, el rico perfumista Vicenç, más cerca de los felipistas. A través de los tres actos, el director trata de narrar el entorno bélico y revanchista que se adueñó durante esos días de la ciudad.


Una puesta en escena muy teatral, que no permite casi nunca más de dos actores en pantalla, otorga así todo el peso a la interpretación y los diálogos. De esta forma Zulian consigue un retrato social de clases y una narración circunscrita a la época en la que se sitúa. El fantástico trabajo fotográfico de Jimmy Gimferrer, que vuelve a completar, como ya hizo en Stella Cadente de Lluis Miñarro, un tremendo acercamiento pictórico a través de iluminación natural –velas, faroles, etc. –, contribuye de manera primordial a esa creación de la atmósfera.

Sin embargo, Born falla en la ejecución, que deja dudas e historias inconclusas. A medida que transcurre el film el espectador puede verse sorprendido por la falta de metas del mismo. No se sabe, ni se intuye, qué es lo que quiere trasladar a la pantalla el director, que se recrea en dilataciones innecesarias de algunas escenas (por ejemplo una escena sexual y otra de masturbación) y que alterna los encuadres clásicos con planos en los que abusa de una ruptura de la composición.

Born es una película con cierto aire de ficción documental, que queda en tierra de nadie debido a un dubitativo guión que transporta al espectador, a través de vaivenes, por las calles de una Barcelona convulsa y belicosa. Un film perfectamente fotografiado en el que precisamente ese brillante trabajo fotográfico se convierte en el valor más rescatable del mismo. Bravo por Gimferrer, otra vez.

20 noviembre 2014

El gérmen fotográfico de La isla mínima y True Detective

Muchas son las comparaciones que se han hecho entre una y otra. Se trata de La isla mínima, de Alberto Rodríguez, y True Detective, de Nic Pizzolato; dos ficciones que guardan cierto espíritu común en cuanto a lo estético. Con un gusto excelso por lo macabro, ambas han sido elogiadas a partes iguales por su apartado visual y su atmósfera. Algunos, incluso, lejos de conocer los orígenes de cada una, han tachado de plagio a una u otra (aunque generalmente se ha acusado más a la obra de Alberto Rodríguez que, casualmente, fue la que antes se concibió). La globalización tiene estas cosas: dos mentes pueden pensar una historia similar a miles de kilómetros de distancia sin incurrir en ningún tipo de plagio.

Lo que sí comparten ambas producciones, además de ese aspecto ritual de sus casos principales, es el origen fotográfico de sus historias. Ambas beben de colecciones fotográficas centradas en el espacio que ocupan sus tramas. Tanto en el caso de La isla mínima, cuyo director ha confesado que la historia le vino a la cabeza al ver las fotografías de Atín Aya, como en el de True Detective, que toma a Richard Misrach como punto de partida; en el caso de la serie de HBO, incluso sus fotografías aparecen en los títulos de crédito tan elogiados.


La isla mínima y las marismas del Guadalquivir de Atín Aya

Entre 1991 y 1996, el fotógrafo sevillano se dedicó a fotografíar un entorno tan oscuro como misterioso y pobre. En su colección Marismas del Guadalquivir Atín Aya recoge el espíritu de los marismeños y fotografía el entorno, siempre en blanco y negro, creando un retrato cargado de sombras y luces. Reconocen Alberto Rodríguez y Alex Catalán (director de fotografía del film) que la película es una traslación de la mirada del fotógrafo a ese terreno baldío en que se habían convertido las marismas cuando él las fotografió (curiosamente, en la época coetánea de la historia de la película) y hacia las personas que allí inmortalizó el fotógrafo.

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True Detective y la Petrochemical America de Richard Misrach

Es conocida por muchos como la Avenida del Cáncer (Cancer Alley) debido a la radiación y al exceso de polución que se da en el entorno. Es allí donde se sitúan las investigaciones de Rust Cohle y Marty Hart en True Detective. Un entorno igualmente lúgubre, viciado, en el que las torres de las fábricas expulsan humo contaminado al aire en cada rincón. La zona industrial de Luisiana conocidos como la América petroquímica fueron recogidos en una magnífica serie de fotografías (Petrochemical America) que, años después, inspirarían a los creadores de True Detective a la hora de generar esa atmósfera tan peculiar y tan negra de la ficción. Las casas de madera, el cielo grisáceo, los edificios de las iglesias, las ciénagas y los árboles "cortados" por la niebla en el horizonte; todo es compartido por la serie y el fotógrafo. Testimonio único de un lugar tenebroso y poco recomendable. 

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Para más información sobre Atín Aya, visite su página web: atinaya.com 
Para más información sobre el trabajo de Richard Misrach: fraenkelgallery.com

14 noviembre 2014

Loterías, 'pornodrama' y utopías

Desde que el "calvo de la Lotería" se marchó, el anuncio del sorteo de Navidad no ha dejado de levantar polémica en cada una de sus ediciones. Si el año pasado nos sorprendió con aquella demoníaca Montserrat Caballé (pobre mujer, qué culpa tenía), en 2014 el anuncio apela a lo más (profundo de lo) emocional. Técnicamente es fantástico; ahora, su argumento me deja muchas dudas.

Un hombre que no ha comprado un billete de la lotería premiada en el bar de su barrio. Su mujer que lo intenta convencer -con una inmensa sonrisa en la cara- de que baje como si fuese un día normal. "Pero, es que para un año que no lo compro...", le replica Manuel. El bar repleto de gente que celebra su premio con champán, jolgorio, griterio. Lo típico que vemos en todos los telediarios del 22 de diciembre.

El momento emotivo llega cuando, tras pedir un café, el hombre -delgado, ojos rojos y tristes, se le intuye en situación un poco difícil, o eso parece querer dejarnos claro el spot- pide la cuenta. "21 euros", le dice Antonio, el camarero, con una sonrisa inmensa en la cara. "¿21 euros por un café?", contesta Manuel. Y he ahí 'el momentazo': "No", dice Antonio, "un euro por el café y 20 por esto", extendiendo un sobre rojo que, efectivamente, guarda un boleto premiado. Y claro, a continuación, el llanto desconsolado y emotivo (muy emotivo) del protagonista. "Lo bonito es compartirlo", es el copy.


¿Qué nos dice el anuncio? Pues, ni más ni menos, y como era de esperar (al final no deja de ser un anuncio comercial) que compremos lotería siempre que alguien lo haga. Es la representación del "¿y si no compro y toca?" que muchas veces escuchamos cuando se trata de esto. Lo cierto es que el mensaje que extraigo yo del anuncio, más que emocionante, es ciertamente consumista (aunque esto es evidente y entendible) y cruel. ¿Por qué? Por varios motivos.

Primero por la caracterización del actor principal. Quiero pensar que no es un padre de familia, un parado, o alguien con problemas económicos importantes, que es lo que a mí me traslada su imagen, como dije antes. Segundo, porque el mensaje que deja el anuncio es el de comprar un billete en cada uno de los sitios que frecuentamos. No importa cuántos sean, "¿y si cae aquí?" reza uno de los eslóganes que anuncian el sorteo en los bares. Comprar, eso es lo único que instiga el spot bajo la capa de superficialidad de las emociones que toca. E instiga a comprar, precisamente, en una época en la que para cualquier familia de renta normal, el desembolso de la lotería puede ser un esfuerzo mucho mayor que nunca. No nos engañemos, las cosas no están para tirar el dinerito con sorteos. Y en tercer lugar, porque, coño, la utopía del buen hombre, ese camarero que ha guardado un billete es completamente ilusoria. Y ya no eso, sino que encima cuando sabe que está premiado lo suelte tan alegremente. Que somos españoles, coño, que nos conocemos...

Eso sólo atendiendo a la historia, como tal; si atendemos al aspecto técnico vemos primeros planos lacrimosos y, en el caso de los oídos, lo que encontramos es una machacona música triste. Todo pensado para incitar, qué digo incitar, obligar, al espectador a que llore. Digno de Susanne Bier, vaya. El melodrama en estado puro. Es cierto que el anuncio funciona, claro, incluso puede llegar a parecer bonito. Sobre todo en un país que parece adicto al pornodrama barato y que llena sus muros de facebook de historias sobre padres que cantan nanas a sus niños, tristemente a punto de fallecer, de animales que permanecen en las tumbas de sus dueños durante años hasta que mueren, y de historias en las que a la primera línea lo más normal es estar llorando. Porque están planeadas para eso, de hecho.

En definitiva, que lejos del entusiasmo que ha provocado el susodicho comercial (nunca olvidemos que es un anuncio y lo que pretende como tal), me queda un bonito e irreal cuento de Navidad. Un cuento, además, de dudosa moraleja:

"Compra, compra, que si no compras y no encuentras alguien como este camarero, estarás triste y amargado toda tu vida."

Porque, por supuesto, el dinero otorga la felicidad, de eso no nos queda ninguna duda. Ale, pobretones, ¡a comprar!

Os dejo el video del anuncio en cuestión.