Crítica publicada en Esencia Cine
La nieve, blanca, pulcra, llena de resplandor; un sepulcro en el que Jesucristo parece preso de esa misma pulcritud, metáfora de nieve sobre sus hombros y cabeza; y avanzando al fondo, mientras se funde con las soberbias y exclusivas notas de Ennio Morricone, la diligencia. El anuncio es tangible desde la primera secuencia de Los odiosos ocho: va a haber violencia, mucha y en todas sus formas. Esa nieve pura y virginal se va a teñir durante las próximas casi tres horas de sangre tarantiniana. Y no habrá nada que lo impida. Igual que la blanca superficie de Fargo (Hnos. Coen, 1996), se teñirá de rojo, del carmesí emanante de unos cuerpos en perpetua venganza y lucha.
Quentin Tarantino regresa a su mejor versión poniendo su sello de estilo desde las primeras notas. El cineasta firma en su octava película...
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