Crítica publicada en Reyournal
En una escena de El niño y el mundo, el pequeño protagonista descubre un caleidoscopio con el que juega y se deleita con sus formas. La propia película de Alé Abreu se puede leer como ese juguete que dibuja y combina colores de la forma más remota que uno pueda imaginar. Desde la alegría de un carnaval hasta la desolación de un bosque talado para expandir la ciudad, el animador y cineasta brasileiro muestra una colorista radiografía del Brasil contemporáneo. Un país de ausencias en el que convive la alegría con la tristeza, la fiesta con la oscuridad. Así, el niño que protagoniza esta obra viaja y se mueve como pez en el agua por las dicotomías que establece su creador. Del centro del lujo a los márgenes de una favela, del campo a la ciudad o de la riqueza a la pobreza; pero también pasando de la vivacidad a la nostalgia, de la paleta de colores a la escala de grises, de la figura de la madre a la del padre o, incluso, de la realidad a la imaginación como elemento de la memoria.
Durante todo el metraje, la dicotomía gobierna cada paso del niño. Abreu se sirve de...
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