28 agosto 2015

'Ricki', concierto sin bis

Crítica publicada en Esencia Cine


La película Ricki (Estados Unidos, 2015) es un concierto. Como si un recital de vocación ecléctica quisiese recoger en su tracklist las mejores canciones de rock & roll junto al pop más comercial y empaquetado. Eso es exactamente lo que propone Jonathan Demme en el cóctel que supone su último film. El director filma un guión que se acerca a temáticas muy presentes en su filmografía, fundamentalmente la música y la desestructuración familiar, a la que ya se acercaba con una solución formal radicalmente opuesta en su anterior obra, A Master Builder (2013).

Con una Meryl Streep completamente rockera, tan lúcida y tan estridente como en cada una de sus interpretaciones, filmada por el norteamericano y escrita por Diablo Cody, que inmiscuye a sus personajes en situaciones que recuerdan a las de su gran éxito Juno (Jason Reitman, Estados Unidos, 2007), Ricki indaga, aunque sin demasiada profundidad, en la reflexión sobre la maternidad mientras intercala canciones, una detrás de otra, a lo largo de la cinta. Aunque, realmente, visto en perspectiva, se podría decir que es al revés: lo que se intercala es la propia historia entre canción y canción.


El director descarga todo el peso de la propuesta narrativa en las aptitudes de una actriz camaleónica como Streep, que dota a su personaje de todos y cada uno de sus tics interpretativos (gritos, gesticulación excesiva por momentos, muecas, etc.), y en la química que esta pueda conseguir con su hija, en la ficción y en la realidad, Mamie Gummer, a la que se ve forzada a visitar tras la ruptura del matrimonio idílico de esta. En ese choque de miradas, el que ofrecen una vida libertaria y alocada –la de la madre– y un excesivo gusto por el control total de las situaciones –en el caso de la hija–, habita todo el arco dramático de la propuesta.

A partir de la visita, entre toques de humor, unas veces ácido, otras algo repetitivo, Jonathan Demme esconde un ligero acercamiento a la pregunta “¿qué es una familia?”, a la que no termina de responder para dejar aire al espectador. Sin embargo, pese a los esfuerzos del reparto, Ricki no pasa de ser un culebrón familiar de lo más volátil y algo forzado. Todo suena con cierto deje de impostura, desde los chistes hasta los diálogos en los que Cody y Demme tratan de elevar la propuesta con tintes filosóficos sobre la familia, la maternidad, la libertad o los paradigmas de la mujer en la sociedad de nuestros días.

Y como en los buenos conciertos, Demme se guarda el número especial para el cierre, con el clásico happy ending made in USA. La diferencia es que, en este caso, nos conformamos con concluir sin el tradicional bis de rigor.

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