Crítica publicada en Esencia Cine
El cruce de composiciones musicales que se produce en Misión Imposible: Nación secreta es, sin duda, la mejor de sus definiciones. Continuamente, la partitura original de Lalo Schifrin, vigorizada para la ocasión por Joe Kraemer, se alterna con la delicadeza que recogen las diferentes variaciones del Nessum Dorma que resuenan a lo largo del film. Probablemente la confluencia de esos dos colchones musicales sea la definición perfecta de la nueva entrega de la saga.
El director Christopher McQuarrie (Jack Reacher, 2012; Secuestro infernal, 2000) combina de forma natural dos propuestas antagónicas que van desde la acción pura y más inverosímil hasta momentos de gran elegancia cinematográfica y estilo propio. Quizás por eso los personajes puedan deambular, como si fuese lo más natural del mundo, de la ópera a las alcantarillas sin que la película pierda un ápice de credibilidad.
La primera parte del film es una demostración de sutilidad que tiene su punto álgido en el acto de la ópera. Es en ese lapso –los personajes acuden a la ópera de Viena, alertados por un posible incidente– cuando el director deja detalles relevantes de puesta en escena y firma los mejores instantes de toda la película (y casi de toda la saga). Su cámara persigue a los personajes entre bambalinas con unos movimientos tan sutiles y sugerentes como los de Rebecca Ferguson, envuelta en un precioso vestido amarillo, que culminará el acto, y la primera parte de la cinta, con un plano violentamente bello.
Quizás la gran virtud de esta quinta entrega, y sobre todo de su primera mitad, sea el buen hacer en la dirección de McQuarrie a la hora de anudar la acción a una trenza de alivios cómicos, que tienen que ver con la propia saga y el género, y una cierta poesía en sus movimientos, evidencia de que un director con inquietudes se esconde detrás de todo el aparataje. Este primer acto del film sería el Nessum Dorma y tendría su crescendo en el citado intervalo de la ópera (donde tiene lugar la interpretación de la canción). A partir de entonces, en la segunda mitad, sería el turno de la composición original, que aporta vigor y acción sin pausa a la película.
Anunciada por un guiño a la icónica escena de la saga Bond –Rebecca Ferguson sale de la piscina emulando a Ursula Andress y Halle Berry–, Misión imposible: Nación secreta pasa en su segunda hora a la vertiginosidad y la tensión propia del cine de espías más clásico. A pesar de la desmedida disposición de elementos en pos de la espectacularidad que tiene lugar en algunas secuencias (coches volando, una espectacular persecución en moto, etc.), otro de los grandes aciertos del film radica en dejar el peso de la acción y el giro en el propio desarrollo de la trama de espionaje y no en la sorpresa y la fuerza del metal y los golpes.
Todo se escapa a la lógica en la segunda mitad, es cierto, incluso lo anuncia en una línea de guión el propio Tom Cruise (“la cosa se nos ha ido un poco de las manos”); sin embargo, en esos momentos la historia ya ha atrapado al espectador y el pacto narrativo es total. Tanto como el disfrute que provoca el visionado. No obstante, se puede llegar a intuir un velado mensaje de cuestionamiento hacia los protocolos de actuación de los servicios secretos y de inteligencia (“no les importa si mueres”), personificado en el personaje mejor construido de la obra, el de la citada Rebecca Ferguson.
A estas alturas del film, el Nessum Dorma ha adquirido una impensable comunión con la interpretación de Joe Kraemer sobre la partitura de Lalo Schifrin. La comedia ha hecho lo propio con la acción. Y esta con la delicadeza que demuestra Christopher McQuarrie. Y lo que parecía imposible ya no lo es tanto.
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