Crítica publicada en Esencia Cine
Sacar un cadáver de un pozo de agua para evitar que se estropee puede parecer una tarea fácil. Y quizás lo sea. En condiciones normales. Pero no en los Balcanes de los noventa, asolados por la guerra, que nos quiere retratar Fernando León de Aranoa en Un día perfecto, en la que seis cooperantes lidian con sus propios fueros internos mientras tratan de encontrar una cuerda que les permita extraer el cuerpo del fallecido y limpiar el pozo para que siga abasteciendo a la zona de alrededor.
El cineasta español brinda una película de guerra sin escenas bélicas. Su idea es elogiable: trasladar el daño invisible que ocasionan los conflictos internacionales a la pantalla a través de una situación con cierta cotidianeidad. Sin embargo, la atonalidad de la propuesta, a caballo entre un drama con dejes de profundidad y una comedia socarrona, dotan al conjunto de una inexpugnable frivolidad, que se convierte en su peor enemiga.
Con una puesta en escena sencilla y sin alardes, Aranoa persigue la tensión constantemente a través de una amenaza que nunca cristaliza (las minas, por ejemplo, son mencionadas en multitud de ocasiones sin hacer aparición nunca). Su panorámica de la guerra es certera y se acerca, en una manifestación de su vocación demostrativa, a casi todos los puntos neurálgicos del conflicto (ejército, cooperantes, pueblo, guerrilla…). Sin embargo, el intento de trenza con el que trata de anudar las historias de los protagonistas resulta algo inconsistente y se deshace con facilidad, a pesar de conseguir bordear con éxito la idea de los buenos y los malos.
La indefinición genérica gobierna desde las primeras secuencias este film, que tan pronto ahonda en una situación dramática como establece una salida de la misma a través del humor, a veces incómodo. Precisamente a esa indefinición contribuye el apartado musical: una mixtape de canciones punk y rock que se da la mano con colchones melodramáticos en determinadas escenas. El problema es que todo parece aleatorio e intercambiable y no termina de funcionar ni siquiera como contrapunto. Lo mismo le ocurre al reparto. Los personajes de la película son tan dispares que parecen estar en situaciones distintas los unos de los otros. Benicio del Toro y Tim Robbins son el perfecto ejemplo de ello. El primero pone el toque de seriedad a la idea de la guerra; el segundo, la comedia, el humor, la irreverencia. El problema es que ni siquiera en eso la polifonía resulta y los dos actores parecen vivir situaciones que nada tuviesen que ver la una con la otra.
Un día perfecto es una desconcertante propuesta sobre la guerra. Una película que transita con una facilidad pasmosa del melodrama más lacrimoso (las escenas en las que el niño que busca un balón se convierte en protagonista) a la comedia más insolente. Un nuevo acercamiento del director español a situaciones trágicas con una mirada algo más fresca, que busca, como ya hacía en Los lunes al sol (2002), una pizca de luz tras el telón oscuro impuesto por la situación dramática central.