La piratería y las descargas levantan ampollas cada vez que saltan a la palestra. La compañía de seguridad en Internet, Envisional.com publica periódicamente un estudio sobre este tema. En su reporte de febrero, los datos más destacables fueron los siguientes: 1) aproximadamente el 23’76 % del material que se mueve en la red infringe derechos de autor, 2) con el método del torrent se comparte alrededor del 17’9 % de archivos, más del 60 % vulnerando derechos de autor, y 3) desde las plataformas cyberlockers (como la extinta Megaupload) se comparte el 7 % de contenidos de la red, en este caso más del 70 % es de carácter ilegítimo.
Según el estudio citado, los contenidos más descargados son la pornografía (35’8 %) y las películas (35’2 %); la música quedaría lejos, con un 2’9 % y los libros, en una cifra casi imperceptible (0’2 %).
Muchos lo achacan a la clásica expresión, utilizada tantas veces, de “la cultura del todo gratis”. Evidentemente, la persona que trabaja –y el creador también lo hace, aunque a veces creamos que no-, gusta de percibir unos ingresos en reconocimiento de su obra igual que el trabajador cuando se le ingresa su nómina, algo que nadie discute. Seguramente a él le dará igual que provengan del pago por contenidos, de la publicidad o de lo que sea, pero nadie trabaja por amor al Arte.
Quizás la solución al problema de la piratería pase no por penalizar las descargas sistemáticamente, sino por regularizarlas y permitir un sistema que pueda obtener ingresos para sufragar el coste y colaborar con la remuneración del autor. La eterna búsqueda un modelo de explotación que beneficie a todos.
Se podría hablar de contenidos gratuitos con publicidad para que el que no quiera pagar. El que no desee anuncios pagaría una cuota. Esto ya se ha empezado a aplicar, por ejemplo en la música, con ejemplos como Spotify (tal vez sea el motivo por el cual haya descendido el número de descargas), pero podría extenderse a otras disciplinas.
La cultura tiene un valor, que hasta ayer se le había dado con el precio. Sin embargo, a partir de ahora, tal vez haya que cambiar esa idea y otorgar valor a la cultura (y a sus creadores) por nuevas vías. Y, quién sabe, si, además, este nuevo modelo no supondría un aumento en la cultura adquirida por los ciudadanos. Buena falta hace.
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