El principio de una novela es, quizás, la parte más importante. Las primeras frases determinan -o han de hacerlo- lo que vamos a encontrar si continuamos leyendo. A menudo he pensado en realizar una lista de los que, a mi juicio, son los mejores principios que he leído hasta el momento. Ahora, aprovechando un artículo de Manuel de Lorenzo en la revista Jot Down, se me ha adelantado, voy a llevar a cabo ese propósito. No considero que sean los mejores principios de la historia, para nada, de hecho eso nunca lo podré saber porque siempre quedarán cosas por leer; sin embargo, sí son aquellos que más me han animado a continuar con la lectura, los más magnéticos, los que considero que tienen más fuerza.
Me voy a limitar a copiar el texto correspondiente, citando la obra y el autor a continuación. Que cada uno saque las conclusiones que quiera. Por si alguien se lo pregunta, el orden no responde a ningún tipo de clasificación o ranking. Si queréis, podéis añadir más en los comentarios de esta entrada.
Ahí van, espero que os interesen:
"Entre los edificios públicos de cierta ciudad que, por diversos motivos, considero prudente no citar, y a la que tampoco desearía dar ningún nombre ficticio, existe uno que es común desde tiempos remotos a la mayoría de las ciudades, grandes o pequeñas, y que es el hospicio. Pues bien, en el hospicio de la mencionada ciudad, en un día de un año que no voy a molestarme en repetir, puesto que no ha de tener la menor importancia para el lector, al menos en esta parte de la historia, nació el pequeño ser cuyo nombre figura en el titular que precede a este capítulo."
Oliver Twist. Charles Dickens.
"¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts; a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo del dentífrico."
Rayuela. Julio Cortázar.
"Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuerda. Nadie piensa nunca que nadie vaya a morir en el momento más inadecuado a pesar de que eso sucede todo el tiempo, y creemos que nadie que no esté previsto habrá de morir junto a nosotros. Muchas veces se ocultan los hechos o las circunstancias: a los vivos y al que se muere - si no tiene tiempo de darse cuenta - les avergüenza a menudo la forma de la muerte posible y sus apariencias, también la causa. Una indigestión de marisco, un cigarrillo encendido al entrar en el sueño que prende las sábanas, o aún peor, la lana de una manta; un resbalón en la ducha - la nuca - y el pestillo echado del cuarto de baño, un rayo que parte un árbol en una gran avenida y ese árbol que al caer aplasta o siega la cabeza de un transeúnte, quizá un extranjero; morir en calcetines, o en la peluquería con un gran babero, en un prostíbulo o en el dentista; o comiendo pescado y atravesado por una espina, morir atragantado como los niños cuya madre no está para meterles un dedo y salvarlos; morir a medio afeitar, con una mejilla llena de espuma y la barba ya desigual hasta el fin de los tiempos si nadie repara en ello y por piedad estética termina el trabajo..."
Mañana en la batalla piensa en mí. Javier Marías.
"En mi primera infancia, mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la cabeza.
«Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien -me dijo- ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas...
»"
El gran Gatsby. Francis Scott Fitzgerald.
"Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez."
El viejo y el mar. Ernest Hemingway.
"Estaba buscando un sitio tranquilo para morir. Alguien me recomendó Brooklyn, de manera que al día siguiente salí de Westchester y fui para allá a reconocer el terreno. No había vuelto en cincuenta y seis años, y no me acordaba de nada. Mis padres se habían ido de la ciudad cuando yo tenía tres años, pero el instinto me llevó al barrio donde habíamos vivido, arrastrándome como un perro herido al lugar donde nací."
Brooklyn Follies. Paul Auster.
"La heroica ciudad dormía la siesta. El viento sur, caliente y perezoso empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles, que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina, revolando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles."
La Regenta. Leopoldo Alas Clarín.
"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo."
Cien años de soledad. Gabriel García Márquez.
"Más adelante, al rememorar los lúgubres momentos de aquella tórrida noche, caí en la cuenta de que Marie y yo habíamos hecho el amor en el mismo instante, pero no juntos."
La verdad sobre Marie. Jean-Philippe Toussaint.
"Soy más viejo que mi bisabuelo. Durante la segunda batalla de Champaña, el capitán Thibaud de Chasteigner contaba treinta y siete años cuando cayó, el 25 de septiembre de 1915 a las nueve y cuarto de la mañana, entre el valle del Suippe y la linde del bosque de Argonne. Tuve que acribillar a mi madre a preguntas para averiguar más detalles: el héroe de la familia es un soldado desconocido. Está enterrado en el castillo de Borie-Petit, en Dordoña (en casa de mi tío), pero he visto una fotografía suya en el castillo de Vaugoubert (en casa de otro tío): un joven alto y delgado en uniforme azul, con el pelo rubio cortado a cepillo. En su última carta a mi bisabuela, Thibaud cuenta que no tiene tenazas para cortar las alambradas de espino y abrirse camino hacia las posiciones enemigas. Describe un paisaje calizo y llano, habla de la lluvia incesante que transforma el terreno en un barrizal pantanoso y desvela que ha recibido la orden de atacar a la mañana siguiente. Sabe que va a morir; su carta es como una snuff movie, una película de terror rodada sin artificios. Al alba, cumplió con su deber entonando el canto de los girondinos: «Morir por la patria es la suerte más bella, ¡la más digna de envidia!»"
Una novela francesa. Frédéric Beigbeder.
"Al despertar en el bosque en medio del frío y la oscuridad nocturnos había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado. Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el día anterior. Como el primer síntoma de un glaucoma frío empañando el mundo. Su mano subía y bajaba al compás de la preciada respiración. Retiró la lona de plástico y se puso de pie envuelto en aquellas prendas y mantas pestilentes y buscó algún atisbo de luz en el este pero no lo había."
La carretera. Cormac McCarthy.
"Esta es la noche más triste, porque me marcho y no volveré. Mañana por la mañana, cuando la mujer con la que he convivido durante seis años se haya ido a trabajar en su bicicleta y nuestros hijos estén en el parque jugando con su pelota, meteré unas cuantas cosas en una maleta, saldré discretamente de casa, esperando que nadie me vea, y tomaré el metro para ir al apartamento de Víctor. Allí, durante un período indeterminado, dormiré en el suelo de la pequeña habitación situada junto a la cocina que amablemente me ha ofrecido. Cada mañana arrastraré el delgado y estrecho colchón hasta el trastero. Guardaré el edredón impregnado de humedad en una caja. Y recolocaré los almohadones en el sofá.
No pienso volver a esta vida. Me resulta imposible. Tal vez debería dejar una nota para decírselo: “Querida Susan: No voy a volver…” Tal vez sería mejor telefonear mañana por la tarde. O quizás podría venir a verla durante el fin de semana. Todavía no he decidido detalles. Es casi seguro que no le comunicaré mis intenciones ni esta tarde ni esta noche. Lo voy a posponer. ¿Por qué? Porque las palabras son acciones y provocan acontecimientos. Una vez pronunciadas, no puedes retirarlas. Será algo irrevocable, y tengo miedo y estoy indeciso. De hecho, estoy temblando, y llevo así toda la noche, todo el día.
Ésta, pues, puede ser nuestra última tarde como una familia honesta, completa e ideal, mi última noche con una mujer a la que conozco desde hace diez años, una mujer sobre la que lo sé prácticamente todo y junto a la que no quiero seguir más tiempo. Dentro de poco seremos como extraños. No, nunca seremos eso. Herir a alguien es un acto de involuntaria intimidad. Seremos conocidos peligrosos con una historia en común. Aquella primera vez que ella puso su mano sobre mi brazo…, ojalá le hubiese dado la espalda. ¿Por qué no lo hice?"
Intimidad. Hanif Kureishi.
"Yo tenía doce años la primera vez que anduve sobre el agua. El hombre vestido de negro me enseñó a hacerlo, y no voy a presumir de haber aprendido el truco de la noche a la mañana. El maestro Yehudi me encontró cuando yo tenía nueve años y era un huérfano que mendigaba monedas de cinco centavos por las calles de Saint Louis, y trabajó conmigo constantemente durante tres años antes de permitirme mostrar mi número en público. Eso fue en 1927, el año de Babe Ruth y Charles Lindbergh, precisamente el año en que la noche empezó a caer sobre el mundo para siempre."
Mr. Vértigo. Paul Auster.
"De las dos entradas del café, siempre prefería la más estrecha, la que llamaban la puerta de la sombra. Escogía la misma mesa, al fondo del local, que era pequeño. Al principio, no hablaba con nadie; luego ya conocía a los parroquianos de Le Condé, la mayoría de los cuales tenía nuestra edad, entre los diecinueve y los veinticinco años, diría yo. En ocasiones se sentaba en las mesas de ellos, pero, las más de las veces, seguía siendo adicta a su sitio, al fondo del todo."
En el café de la juventud perdida. Patrick Modiano.
"Hay algo de emocionante y de aterrador a la vez en la idea de que el azar pueda gobernar nuestras vidas. Emocionante, porque forma parte de la aventura misma del vivir; aterrador, porque provoca el vértigo de lo incontrolable. En el caso de la escritura, el azar suele jugar un papel más peregrino de lo que a menudo se piensa, por mucho que algunos autores lo hayan convertido en protagonista de toda su obra. La historia que el lector tiene en las manos, sin embargo, no habría sido posible si el azar no hubiera llamado con insistencia a la puerta del que esto escribe. O mejor dicho: no existiría esta historia tal y como aquí se cuenta, pues buena parte de los hechos pueden rastrearse en las hemerotecas y los archivos, esos cementerios sin flores de la memoria. Pero una historia sin relato es una historia que aún no existe: alguien tiene que tejer el hilo de los acontecimientos. Y el azar o la coincidencia se han interpuesto en mi camino para que sea yo quien lo haga. Porque ésta es la historia de alguien que pudo ser mi bisabuelo. Es la historia de un anarquista que se llamaba como yo. Es la historia de Pablo Martín Sánchez, una historia que quizá valga la pena ser contada."
El anarquista que se llamaba como yo. Pablo Martín Sánchez.
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