El otro día estaba en La Central de Callao -magnífica librería- (h)ojeando libros. Caminaba despacio, sin ninguna prisa, deleitándome con las cubiertas, los lomos o los principios de algunas novelas. Incluso con las personas que estaban allí, haciendo lo mismo que yo; generalmente, me gusta observar a la gente, ver cómo actúa.
No tenía demasiada prisa, había ido allí para comprar unos libros que regalaría en Reyes, pero aún me quedaba mucho tiempo hasta la hora que tenía prevista para marchar. Aprovechaba para indagar en secciones en las que normalmente suelo estar menos tiempo o para permitirme el lujo de buscar algunas rarezas.
En la zona de "Literatura española y latinoamericana" -si no se llama así, el nombre no distará mucho de éste-, cuando todavía resonaban las tazas de la cafetería que hay en la primera planta, encontré un librito que no había visto nunca.
Digo librito porque así es. Si, normalmente, lo que conocemos como libro de bolsillo no hace referencia exactamente al tamaño, éste sí lo haría si lo llamásemos de esa forma: el tamaño de la foto casi responde al original. El título me sedujo instantáneamente. Hemingway y Auster son dos escritores por los que siento una devoción especial. Lo mismo me ocurre, aunque en menor medida, con Vila-Matas, un escritor que, pese a escribir siempre la misma novela, repetida una y otra vez con pequeñas variaciones, me sigue interesando.
El caso es que allí estaba yo, con un par de ejemplares de otras novelas -precisamente una era de Auster-, y con ese pequeño librito, de título atractivo y sugerente para mí, en las manos. Como la contraportada no daba demasiadas pistas, el precio era asequible, dentro de un orden, y yo acababa de trabajar el fin de semana anterior, decidí incorporarlo a la cesta inexistente.
Este fin de semana, que volví a trabajar, decidí llevármelo, por si había ratos muertos en el trabajo. El libro está compuesto por dos relatos breves, muy breves de hecho, que llevan los mismos títulos que se indican en la portada. El primero es una reflexión sobre un relato de Hemingway que García Márquez consideró el mejor cuento que había leído jamás en el que, sin embargo, nada ocurre. Vila-Matas reflexiona sobre el porqué de que a García Márquez le parezca el mejor relato escrito nunca si durante toda la narración no pasa absolutamente nada. Finalmente llega a la conclusión de que precisamente es por eso. Esa ausencia de acción, repleta de matices y posibles interpretaciones, es lo que hace que a García Márquez le encante ese cuento. Intuyo que, si es por eso, al colombiano le gustarán también las novelas de Vila-Matas, en las que aparentemente no pasa nada, pero ocurre la vida.
El segundo relato, el que hace referencia a Auster, es simplemente una reflexión sobre el autor norteamericano. Una reflexión escrita desde la admiración, apuntaría. En este caso estoy de acuerdo con Vila-Matas, tanto en su gusto por Auster, del que destaca su encanto, como en la crítica que hace a todos esos lectores que han pasado de adorarlo a menospreciarlo en cuanto ha empezado a ser conocido, como si antes leer a Auster fuese sinónimo de cool y ahora lo fuese de lo mainstream fácil. Lo cierto es que la narrativa de Auster es similar en cuanto a temáticas y desarrollos y si ha evolucionado ha sido para mejorar. No soy Auster, escribe Vila-Matas, aunque de sus palabras trasluce que a lo mejor le gustaría serlo en cierto modo. ¿A quién no?
Y así, después de sumarlo al montón para pagar, y movido por el azar -capital en la obra del neoyorquino-, seguí contemplando las estanterías, esperando encontrar algún otro libro que me invitase a leerlo o despertase mi curiosidad. O igual sólo buscaba un hueco para el mío, ese que todavía no he escrito. No sé.
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