Explicaba Nabokov en una entrevista que escribía en inglés y ruso porque eran los idiomas que "se doblegaban mejor al suplicio de su imaginación", los que le permitían jugar y hacer pequeñas triquiñuelas con ellos. Evidentemente, el lenguaje, cuando lo conocemos bien y podemos dominarlo, nos ofrece la posibilidad de jugar y experimentar con él. Es como si, cuando adquiere confianza, se dejase manipular a gusto del escritor.
Múltiples son los juegos, tantos como la imaginación y el ingenio del que escribe permita. Las palabras permiten la experimentación dando resultados tan inesperados como innovadores en algún caso. Es el caso del vanguardista Raymond Queneau, miembro de la OuLiPo francesa, al igual que Georges Perec, otro genial experimentador del lenguaje.
Los Ejercicios de estilo de Queneau son todo un ejemplo de cómo el lenguaje permite agrandar los límites de la creatividad. En esta obra de vanguardia el francés se limita -si se puede llamar así- a relatar un pequeño hecho cotidiano de más de noventa formas distintas (con punto de vista subjetivo, con palabras compuestas, con anglicismos, al estilo paleto o macarra...). El resultado de sus ejercicios de estilo es un compendio de historias distintas que cuentan el mismo hecho.
Pensamos con palabras y nuestra capacidad lingüística es similar a la de nuestro pensamiento. El lenguaje hay que ejercitarlo para que llegue al punto óptimo de rendimiento y expresividad. Sólo entonces dominamos nuestra lengua. Los relatos de Queneau desprenden ingenio, y en cada nueva vuelta de tuerca que da el escritor se percibe cuánto ha disfrutado escribiendo.
La influencia de las vanguardias en la experimentación lingüística es evidente y palpable. Cortázar y su poesía fragmentada, que podría haber germinado en la vanguardia poética de Vicente Huidobro. Los caligramas del chileno son un claro ejemplo de la experimentación a la que se presta la lengua. Por su parte Julio Cortázar, además de experimentar con el lenguaje, como hace en su famoso fragmento "Tonto" de 62/ Modelo para armar, por ejemplo, también lo hace con las estructuras narrativas, prueba de ello esta misma obra o su cumbre literaria Rayuela.
Más actual es la novela La tienda de palabras del escritor Jesús Marchamalo. En ella un chaval se verá envuelto en una especie de juego en el que las palabras y todas sus metáforas cobrarán una importancia memorable. En esta obra Marchamalo nos familiariza con algunos de los juegos que permiten las palabras: palíndromos, anagramas y todo tipo de figuras, que permitirán al lector formarse una idea bastante acertada de aquello que podemos hacer con el lenguaje si adquirimos los conocimientos suficientes y el interés para saber utilizarlo.
¿Conoces algún ejemplo más? Seguro que son tan infinitos como las posibilidades del lenguaje.
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