16 agosto 2012

'Way down in the hole': apuntes sobre The Wire

"It's all in the game"
Omar Little

Leer entre líneas.
[Aviso: este artículo puede contener spoilers]

Elaborar un retrato de una ciudad, y que éste sea fiel a la realidad, es una de las cosas más difíciles que pueden existir en la ficción. Muchas voces hablan de The Wire como la mejor serie de la historia, lo cual puede ser perfectamente cierto (aún no he visto Los Soprano, Deadwood u otras candidatas). Si lo es, de verdad, quizás sea gracias a que ha conseguido ese reto tan complejo de describirnos Baltimore de manera incuestionable. 

David Simon y Ed Burns, ex periodista y ex policía respectivamente, utilizan un formato que consiste en cambiar el patrón constantemente. Al principio, vemos The Wire como una serie en la que unos policías tratan de destruir las redes de narcotráfico y persiguen a los dealers a través de escuchas telefónicas (wire). Así comienzo la serie y esa es la base sobre la que se sostiene todo lo demás. 

Sin embargo, cuando la segunda temporada arranca en los puertos no sabemos muy bien si hemos escogido el capítulo correcto o si nos hemos equivocado de serie. Precisamente esa es la fórmula adoptada por los creadores de The Wire: atrapar al espectador cambiando el foco en cada temporada. La visión que los autores dan de Baltimore es una visión total, desde la omnisciencia, que podría responder al modelo de cualquier lugar del mundo. Bmore puede ser cualquier ciudad. Para llegar a esa visión completa, cada temporada centra la mirada del espectador en un estamento distinto. En la primera temporada, además de la presentación de personajes, vemos la lucha de desgaste entre la policía, los traficantes y los corner boys. A partir de la segunda nos adentramos en la lucha sindical y los aspectos menos legales de los estibadores de los muelles, caemos presos de las redes políticas, en la tercera, o acompañamos a los jóvenes a la escuela, y a sus maestros, en la cuarta temporada. Por último, en la quinta, somos testigos del proceso de elaboración de información que hacen los periodistas del Baltimore Sun, el diario más importante de la ciudad, en el que trabajó David Simon. De esta forma, focalizando parcialmente la atención del espectador, cuando terminamos con la serie nos queda la sensación de tener una idea bastante aproximada de lo que se mueve en Baltimore. 

David Simon asegura que concibió la serie como una novela, en la que cada episodio fuese un capítulo del libro. Y lo cierto es que el resultado no deja en mal lugar su afirmación. The Wire es literatura audiovisual. El desarrollo de la trama es similar al que podríamos leer en una de las grandes novelas de la Literatura. No en vano, muchos de los críticos aluden a escritores como Dickens, Shakespeare, Víctor Hugo o Dostoievski, entre otros, a la hora de analizar cada una de las temporadas de la producción. 

No obstante, The Wire no engancha sólo por su trama. Más allá de la historia, lo que nos atrapa de esta serie es el tratamiento de los personajes y las magníficas interpretaciones. Los personajes crecen a medida que avanza la historia. A lo largo de las cinco temporadas, los acompañamos y vemos cómo se modifica su carácter. Es más, advertiremos que algunos de los que nos parecían buenos al principio se convierten en detestables, y viceversa. Los personajes son lo que verdaderamente hacen de esta producción la mejor de la historia de la televisión. 

Personajes de la serie.
El tratamiento y el desarrollo de los personajes son exquisitos. Los guionistas hacen tal hincapié en esta premisa que el guion se ve ralentizado en ocasiones, motivo por el que más se ha criticado a The Wire. No obstante, el resultado es tan notable que, visto cada minuto de la serie, finalmente ninguno sobra. 

Sería muy difícil destacar algunas interpretaciones por encima del elenco, ya que por lo general, todos los actores consiguen hacer creíbles a sus personajes, pero personalmente me quedo con el drogadicto Bubbles (Andre Royo), una soberbia interpretación del yonqui medio, difícilmente alcanzable, Omar Little (Michael Kenneth Williams), una especie de Robin Hood de los dealers, homosexual y sujeto a un vasto código moral, que sobrevive a base de robar la droga a los narcotraficantes, o el detective Lester Freamon (Clarke Peters), un policía con humor, idealista, encargado de las escuchas y siempre dispuesto a hacer de Baltimore un sitio mejor. Es posible que el lector discrepe en estas apreciaciones, ya que, como dije antes, las interpretaciones, por norma general son de gran nivel en todos los actores. 

Sin embargo, Beadie Russell (Amy Ryan) quizá sea el personaje con más desarrollo de la serie. Cuando la conocemos en los puertos, en la segunda temporada, la percibimos como una policía sin apenas aspiraciones, que se limita a controlar lo que ocurre en los muelles. Sin embargo se irá dando cuenta, sobre todo durante esa segunda temporada, de que tiene grandes dotes para la investigación. Desde entonces, ya descubierto su potencial y presentada como una mujer más que válida, se convierte poco a poco, además, en una metáfora del hogar. Beadie es la representación de ese llegar a casa una tarde fría de invierno después de un día duro y entrar a la ducha caliente. Su progreso la lleva a ser el bienestar y la sinceridad, la comprensión y el carácter. Siempre dueña de su casa, aunque un poco presa de su pasado, y pendiente de sus hijos, sería algo así como la Bella y Perfecta Madre de Paul Auster. Por si fuera poco, ella es el personaje que da apoyo a la evolución del que se puede considerar como lo más parecido a un protagonista, el detective de raíces irlandesas, alcohólico y mujeriego, Jimmy McNulty. 

Jimmy McNulty y Beadie Russell, en una escena.
Si hay otra cosa destacable en los guiones de The Wire son los diálogos. Sobre las conversaciones se edifica todo el resto de la trama. Esos diálogos obligan a los guionistas a presentar, muchas veces, a los personajes en parejas. Es posible que cuando nos venga a la cabeza la obra de Simon lo hagan sus inolvidables duplas y las conversaciones que mantienen. Bubbles y la detective Kima Greggs, los inseparables policías McNulty y Bunk, los traficantes Stringer Bell y Avon Barksdale, el matón Chris Partlow y su homóloga femenina Snoop, Omar Little y Marlo Stanfield, Prop Joe y su sobrino Cheese, los corner boys Poot y Bodie, el teniente Cedric Daniels y la fiscal Ronnie Pearlman, o los policías Carver y Herc, entre otras. Casi siempre parejas que sustentan el guion mediante sus diálogos. 

The Wire no es solamente una serie de policías. Va mucho más allá de eso. Pero tampoco es un documental. Es un retrato enmarcado en la ficción sobre el negocio de la droga y sus fatales consecuencias en todos los estamentos de la sociedad. No hay buenos ni malos. Todos los personajes utilizan el sistema según les convenga en cada momento. David Simon y Ed Burns igualan los vicios de los dealers con los de los políticos, policías, periodistas o educadores. Todos se sirven del sistema según lo necesitan. Y en todos los estamentos hay personajes sin escrúpulos y otros que se rigen conforme a unos códigos de honor más que respetables. Es una equiparación de vicios y virtudes. Al fin y al cabo no es tan distinto el político del capo de la droga a la hora de buscar su propio beneficio. Con esta analogía golpean los creadores a la sociedad norteamericana, mediante una visión amarga que no hace otra cosa que registrar en el mismo expediente moral a los malos y los buenos. Sentar en el mismo banco a los traficantes, los políticos, los jueces, al periodista que inventa una historia para optar a un premio o al policía que mezcla dos casos para lograr atrapar a un delincuente peligroso. Y a su vez reconocer la bondad en quien de síntomas de ella, ya sea un lugarteniente de la droga como Stringer Bell, el jefe de los trabajadores del puerto, Frank Sobotka, o el sargento Howard Colvin, por poner sólo algunos ejemplos. 

No sé si será la mejor serie de la historia, habrá discrepancias sobre ello, pero sí estoy seguro de que está en el top tres. Sus capítulos nos causan rabia, nos hacen reír y nos llevan al borde de la lágrima en algunas ocasiones (véase, en la cuarta temporada, la historia de Duquan, Michael y Bugs, tres chicos de la escuela). Todo acompañado de una banda sonora espectacular, con Way down in the hole, de Tom Waits, en diferentes versiones, como canción principal. Hay una cosa que es casi segura: la amalgama temática de The Wire es amplia y diversa, si no te engancha una, lo hará la siguiente. La serie habla, entre otras cosas, de corrupción, drogas, coacción y violencia, de lucha sindical, de trabajo, de homosexualidad y de sexo, con una de las mejores escenas que yo haya visto nunca, en la cual la detective lesbiana Kima Greggs (Sonja Sohn), en una complicada situación sentimental, practica sexo con una mujer cuya identidad no conocemos por carecer de mayor trascendencia. 

En definitiva, poco más se puede decir de la serie. Por mucho que siga hablando de ella, no le haré la suficiente justicia. Lo que puedes hacer, incluso me atrevería a decir que debes hacerlo, si has leído hasta aquí, es ponerte a verla cuanto antes y sacar tus propias conclusiones. Mientras tanto, para cerrar este artículo, la famosa frase de David Simon al hablar de The Wire
"Que se joda el espectador medio".

0 comentarios :

Publicar un comentario