28 julio 2014

'Anarchy: La noche de las bestias'; purgad (o sed purgados), malditos

Crítica publicada en Esencia Cine


Tal vez la saga creada el año pasado por James DeMonaco bajo el título La purga sea uno de los títulos con mayor potencial sociológico de los últimos años en la gran pantalla. Por eso mismo, quizás, moleste tanto que no llegue a terminar de alcanzar esa trascendencia que sí podría tener y relegue el aspecto social y/o político a un segundo plano, en beneficio del miedo más típico y trillado. 

Es cierto que la segunda parte, esta Anarchy: La noche de las bestias (curiosa coletilla que se ha añadido sólo en España, que cada cual haga sus lecturas), mejora un poco a la primera. Agotada la vía de la familia que se encierra en casa para sobrevivir a la noche, el director norteamericano decide sacar a sus personajes, otros distintos esta vez, a la calle y aportar otro punto de vista sobre el macabro evento. Ya saben, la noche del 21 al 22 de marzo el crimen está permitido por ley.

El cambio de escenario permite al cineasta indagar en varios frentes. Desde la parábola del pueblo oprimido y la diferenciación ricos-pobres que da lugar a la contraofensiva de nuevos movimientos insurgentes (desaprovechada aparición de Michael K. Williams en este sentido, aunque se espera que sea sólo su presentación), hasta la espectacularización de la violencia o la neblina moral que enturbia la visión de los personajes cuando sienten muy cerca el peligro.


DeMonaco se permite, además, la brillante introducción del gobierno como agente exterminador. “Si el pueblo purga poco, tendremos que hacerlo nosotros” parece ser una de las ideas centrales del film. La diferenciación de clases y el exterminio del débil se convierten en seguida en uno de los atractivos de la cinta. Especialmente aterradores resultan tanto ese grupo de jóvenes que se dedica a recoger a aquellos que se libran de la matanza, la explicación de cómo existen mártires pobres que sirven a la necesidad de purgar sin verse en peligro de las clases altas, así como el show-matanza teatral que se descubre en el clímax de la película y que pasa a ser, sin duda, lo mejor y más terrorífico de la misma. 

Sin embargo, lo que podría haber servido como un importante caldo de cultivo humanístico pasa a ser una mera evolución del slasher en el que la sociedad es el primer asesino. Con una fotografía más oscura que la primera entrega, Anarchy, se asemeja por momentos al gran arquetipo de la ficción sociológica contemporánea, la serie británica Black Mirror. No obstante, la relación y el reflejo de esta se mantiene exclusivamente hasta que James DeMonaco decide, otra vez, dejar la historia en manos de los golpes de efecto y de sonido, cayendo en el recurso fácil y olvidándose del potencial enorme que tiene su idea. Anarchy, por tanto, tiene las mismas virtudes y los mismos defectos que su primera parte, aunque el cambio de entorno y espacio le sienta bien y proporciona un componente sociológico y político más potente que los que ofrecía La purga.

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