22 diciembre 2011

Café, Woody y el invierno de Madrid

Siempre que algo nos decepciona tendemos a refugiarnos en algo que consideramos seguro. Pasa en todos los ámbitos de la vida. Nos acercamos siempre a la chimenea cuando aprieta el frío. Como la vida está llena de fracasos, también lo está de refugios. Pruebas un nuevo bar que no te gusta y pronto vuelves al de toda la vida, ese que sabes que nunca te va a decepcionar; tomas una cerveza nueva que no te convence y en la siguiente ronda pides tu clásica irlandesa negra o esa de la botella verde que te gusta desde siempre. Las artes no son menos. 

Para los amantes del Arte, en cualquiera de sus facetas (Cine, Literatura, artes pictóricas, arquitectura...), siempre existen nuevos creadores en los que fijarse. La constante actualización y creación de contenido nos hace estar siempre expuestos a una terrible proliferación de autores, unos buenos y otros no tanto, que descubrimos y con los que a partir de entonces tendemos a convivir de una u otra forma.

Esta saturación muchas veces lleva a la decepción. Lo peor que le puede pasar a tus ganas de leer o ver Cine es encadenar una sucesión de libros o películas que no te terminen de enganchar. Entonces es cuando los clásicos se hacen clásicos. Cuando esos que nunca te fallan reaparecen y te devuelven las ganas y la ilusión por lo que haces. 


Tras una serie de películas más flojas te refugias en Woody Allen, ese maestro del Cine que siempre consigue emocionarte y sacarte una sonrisa. Después de leer algunos libros que te han dejado un poco frío, llama a tu timbre el tosco Hemingway, con su Literatura de altos vuelos y con su escritura directa y sublime y vuelves a disfrutar de la Literatura como antes. 

Pasa con cualquier cosa, después de un mal día, te refugias en un buen café o en la buena compañía de alguien con quien sabes que vas a pasarlo bien, o te pones una de las series que más te gustan. Son los refugios que vamos habitando. La vida es el tiempo, los sinsabores y las alegrías que transcurren dentro y fuera de los refugios. Incluso con las personas ocurre algo similar. Cuando sufres un desencuentro amoroso e instantáneamente se te viene a la cabeza el chico o la chica de toda la vida, o cuando te peleas con un amigo y automáticamente piensas en tu amigo de siempre. En realidad consiste en un camino de pequeñas infidelidades que cometes sabiendo que al final vas a volver al origen. Eres infiel a Woody Allen, a Hemingway, pero siempre sabes que en el momento clave volverás a ellos como desesperado. 

Con las ciudades, en ocasiones, también ocurre. Una persona puede tener una relación de amor-odio con su ciudad. Muchos son los ejemplos: Cortázar y París, Fernando Pessoa y su Lisboa o Dámaso Alonso que dijo que “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres”. Si tengo que decir la verdad, y me he propuesto no mentir a no ser que sea estrictamente necesario, diré que Madrid me causa sentimientos encontrados. La amo a veces, la detesto otras. Fantaseo con mirarla a través de un retrovisor, o desde lo alto de un avión, pero cuando pienso en ella, estoy casi seguro de que no podría irme para siempre. Madrid es mi ciudad, y creo que me gusta porque en ella planeo mis huidas a las ciudades en las que me refugio, como Edimburgo o Lisboa.

Mientras tanto, descubran y aprendan de todo lo que se pueda, viejo, nuevo, da igual, pero sabiendo que cuando lo creamos todo perdido, siempre quedará un buen café, Woody Allen, Madrid o Hemingway. Los que nunca fallan, los perpétuos, los que siempre están ahí.

¿Cuáles son los tuyos?

13 diciembre 2011

El éxito de 'Misfits'

[Aviso: este artículo puede contener spoilers]

‘Misfits’ quiere decir algo así como inadaptados. En esta serie del canal británico E4 un grupo de jóvenes problemáticos deben realizar un programa de reinserción social (Community Payback) para pagar sus comportamientos asociales. La trama comienza cuando, mientras hacen el servicio comunitario, una extraña y repentina tormenta dotará de diversos poderes a los jóvenes, que poco a poco descubrirán que no son los únicos afectados.

Curtis, Alisha, Nathan, Kelly y Simon
Pero, ¿por qué nos gusta Misfits?

Aparentemente la fórmula puede parecer algo simple y sin mucho músculo. Sin embargo, desde los primeros capítulos la trama nos atrapa en las aventuras de los chicos. Es destacable la correlación de los poderes adquiridos por los protagonistas con sus propias personalidades y preocupaciones. Kelly adquiere la capacidad de escuchar qué piensa la gente de su alrededor sobre ella, Curtis podrá retroceder en el tiempo, y Simon, el chico raro, obtendrá la posibilidad de convertirse en invisible. Hasta aquí pueden considerarse poderes normales; sin embargo el caso de Alisha es llamativo. La chica adquiere el insólito poder de atraer sexualmente hasta el extremo a cualquiera que la toque piel con piel.

El indomable Nathan Young
El grupo de inadaptados se completa con Nathan Young, que durante la primera temporada anda tratando de descubrir cuál es su poder. El personaje, interpretado por Robert Sheehan, es sin duda el que pone el toque picante a la serie con su ácido humor. Magnífico el trabajo de los guionistas que crean una personalidad fuerte para compensar la ausencia del superpoder. La puesta en escena de Sheehan es sobresaliente: el actor se come cada escena en la que aparece y consigue que el espectador pase del desconcierto inicial que crea al cariño y la devoción.

La clave de Misfits es la ordinariez de sus personajes. Estos jóvenes son un espejo de una rama de la sociedad juvenil, no sólo británica, sino occidental. Cualquiera que se siente a ver la serie podrá reconocer en los muchachos a alguien que haya conocido. Son inadaptados, pero a la vez guardan un hilo de esperanza, una oculta vocación por sentirse comprendidos por el mundo que, sin darse apenas cuenta, intentan salvar. Consiste en guionizar la vulgaridad como virtud para narrar una historia. Todo un acierto.

No obstante, el verdadero vigor de esta ficción radica en sus grandes guiones y diálogos. La libertad de los guionistas para canalizar la inverosimilitud produce envidia sana. Los escritores consiguen rozar lo absurdo y lo surrealista sin dejar de dotar de credibilidad a cada una de sus historias. De esta forma, no nos extraña encontrarnos poderes tan complejos como la inmortalidad o el teletransporte, mezclados con otros como un mono que se convierte en humano tras la tormenta, un hombre que cree vivir en un videojuego tipo Grand Theft Auto o un tatuador que controla a las personas mediante sus tattoos. Todo ello sin perder un ápice de intensidad ni de crédito.

Simon y Alisha
Las situaciones que a priori no darían para más de cinco minutos se convierten en complejos problemas. El poder que recibe Curtis de alternarse como hombre y mujer, que parecía abocado a no llegar a nada, llegará a transformarse en un triángulo entre sus dos personalidades y otra joven que dura un capítulo. O una paradoja temporal que convierte a Simon en superhéroe y provoca que Alisha y él se enamoren durante la segunda temporada... Y ni siquiera eso nos resulta raro en Misfits: el chico raro consigue conquistar a la chica guapa y nadie se sorprende. Son sólo dos ejemplos de la brillantez en el guión de la que hablamos.

Y, por otra parte, dos obras maestras, imprescindibles, una en forma de capítulo y la otra en la evolución de un personaje, que dan muestra de la enorme capacidad de ese equipo para hacer de esta serie una gran obra. En el primer caso hablo de la licencia que se permiten para jugar a la historia-ficción con un presente en el que los nazis han ganado la Segunda Guerra Mundial y gobiernan el mundo, a través de una nueva y tecnológica paradoja temporal. Un capítulo destacable entre el catálogo de todas las grandes historias. El segundo caso a destacar es, sin duda, el del lactokinético, un chico con el absurdo poder de mover a su antojo la leche y sus derivados. Nada aprovechable en principio. El poder más absurdo, en boca de los mismos protagonistas. Pero el chico se harta de los desplantes del resto y consigue convertir su cuestionable habilidad en un arma asesina que actúa desde el interior del cuerpo de la víctima. Irrefutable. Una maravilla que los guionistas se guardan para el final de la segunda temporada. Digno de aplauso.

La fórmula es la que es. Y está muy bien alimentada y plasmada en el metraje. Superhéroes de barrio con lenguaje chabacano, historias de amor y paradojas temporales, grandes dosis de sexo, muerte, aventuras y un lugar para la reflexión. Si además de todo esto incluimos una banda sonora sublime y homenajes tan sutiles como el que la serie hace continuamente al Cine –recuerdo el de Malditos bastardos y el de King Kong-, tenemos el porqué del BAFTA al mejor drama que recibió en 2010.

La ficción británica está de éxito, sin duda. Lo corroboran series como Misfits y Skins, de Channel 4, o Downton Abbey, de Carnival Films. Todo un lujo el poder disfrutarlas.